lunes, octubre 30, 2006

De Nansen a Grass: historia de dos silencios
























De 1922 a 1945 y 2006: historia de dos silencios

El sorprendente suceso ocurrió el 13 de diciembre de 1922. En plena conferencia de Lausana, el ya célebre humanista y Alto Comisionado de la Liga de Naciones, el noruego Fridtjof Nansen, expuso su informe ante los delegados presentes, recomendando un intercambio de poblaciones entre Turquía y Grecia, como “única forma de asegurar la pacificación del Próximo Oriente”. Los representantes turcos, y en especial el caústico doctor Riza Nour, se frotaron las manos. Como este diplomático reconoció más tarde en sus memorias, la propuesta de Nansen fue miel sobre ojuelas, pues incluso el mismo İsmet Paşa –luego İsmet İnönü, jefe de la delegación y presidente de Turquía a la muerte de Kemal Atatürk- deseaba que la minoría griega abandonara Anatolia lo antes posible. Pero no sabían cómo vencer las seguras retincencias de los británicos y franceses. De ahí la importancia de la intervención del noruego: no sólo abrió camino, sino que avaló la que sería una de las operaciones de limpieza étnica más descomunales del siglo XX en la que estuvieron implicadas Grecia y Turquía con la bendición de las grandes potencias de la época, Gran Bretaña y Francia en especial.

Recordemos cuál era la situación por entonces: en 1922, las tropas nacionalistas turcas lideradas por Mustafa Kemal habían derrotado a las fuerzas griegas, que habían ido ocupando más y más territorio de Anatolia desde que en 1919 los británicos les permitieran desembarcar en Esmirna. El intento de recuperar Anatolia y recrear la Megali Idea (Gran Idea) o suerte de nuevo Imperio bizantino, terminó en desastre militar para los griegos, pero de paso también llevó a la expulsión de franceses, italianos y británicos, las fuerzas ocupantes que se habían repartido Turquía en zonas de influencia. La victoria militar turca dejó obsoleto el tratado de Sèvres, impuesto por los vencedores de la Primera Guerra Mundial al fenecido Imperio otomano; de ahí que en 1923 se convocara la conferencia de Lausana. Ésta dio origen al moderno Estado turco, pero además fue la alfombra bajo la cual se disimuló el enorme intercambio de poblaciones entre Turquía y Grecia, que significó la expulsión y reasentamiento de 400.000 musulmanes y 1.300.000 griegos. El impacto en Grecia fue brutal, dado que por entonces su población total era de unos cuatro millones y medio de habitantes: el reasentamiento de parte de esos refugiados en algunas de las regiones más pobres del país tuvo mucho que ver con la posterior guerra civil de 1946 a 1949.


Fotografía de Fridtjof Nansen cuando era todavía un joven explorador. Ésta y la siguiente proceden de una web hagiográfica sobre el humanista noruego.













En Grecia existe la leyenda de que Eleuterios Venizelos, el gran estadista que representó al país en Lausana, fue el verdadero artífice del acuerdo. Una paradoja añadida al hecho de que un explorador, ecologista y pacifista como Nansen resultaba ser el padre intelectual de la idea. Nansen, que había recibido el Premio Nobel de la Paz en 1922 por su labor en pro de los campesinos rusos y ucranianos durante la gran hambruna de 1921 fue ayudado en su humanitaria labor, nueva paradoja, por un desconocido oficial del Ejército noruego llamado Vidkun Quisling, que devendría primer ministro al servicio de los nazis, durante la ocupación del país, y cuyo nombre sería para siempre, sinónimo de traición.

Hasta ahora, el devastador intercambio de poblaciones auspiciado por la conferencia de Lausana había sido objeto de muy escasos estudios monográficos, lo cual es comprensible, porque constituye una vergüenza histórica para la diplomacia occidental, voluntariamente olvidada. No así por los nacionalistas serbios y croatas, que en 1991 la recordaron como referencia para justificar las limpiezas étnicas que acompañaron las guerras de la ex Yugoslavia. Pero ahora, el evento se estudia con detalle en un libro de reciente aparición: Twice a Stranger. How Mass Expulsion Forged Modern Greece and Turkey (Doblemente extranjero. Cómo las expulsiones masivas forjaron las modernas Grecia y Turquía) firmado por el periodista británico Bruce Clark.


Un "pasaporte Nansen", documento ideado para apátridas y refugiados sin papeles de identidad internacional

















El papel de Nansen viene a cuento de la conmoción levantada este verano por la última confesión de Günter Grass sobre su pasado como recluta de las Waffen SS, y también el intento de explicar la adscripción del actual Papa Benedicto XVI a las Hitlerjugend desde 1941. Aparentemente todo se reduciría a una conclusión bien sencilla: casos como los mencionados hay muchos, sobre todo en personalidades de más edad, por la sencilla razón de que eso comporta el haber vivido una amplia gama de épocas históricas. Es cierto que lo bueno y lo reprobable está en función de los demás, del contexto social en el que se vive, y por ello el pasado es otro mundo. Nansen no fue aplaudido por lo que puso en marcha en Lausana, ni siquiera en aquella época; pero fue justificado y el hecho no quebró su biografía gloriosa. Evidentemente, de haber propuesto lo mismo para el caso de Yugoslavia en cualquier foro internacional, allá por 1991 ó 1992 podría haber terminado siendo juzgado en el Tribunal de La Haya pocos años más tarde.

El caso de Günter Grass contiene una variable interesante: fue él mismo quien confesó ese pecado biográfico y lo hizo a una edad avanzada. Parece claro que han pesado conveniencias muy personales. Por ejemplo, de haberlo hecho al inicio de su carrera literaria, en los años sesenta, ésta habría quedado muy obstaculizada o incluso interrumpida. La confesión de Günter Grass es de “final de época” y vistas las cosas así quizá no sería un acto tan reprobable. Vendría a ser la calculada pieza final que haría cuadrar en su justa medida toda la trayectoria literaria de Grass: no es lo mismo escribir bajo el peso de la culpa que en posesión de la total tranquilidad de conciencia. También cabría pensar en interpretaciones más maliciosas: los últimos veteranos de la Segunda Guerra Mundial están muriendo, quedan cada vez menos testigos, y el momento es apropiado para confesiones limitadas. Pero quizás ese planteamiento sería más apto para el actual papa Benedicto y su pasado en la Segunda Guerra Mundial, que para Grass.


Fotografía de Günter Grass. Procede de su biografía en Wikipedia
















De lo que no cabe duda es que, de nuevo, la época histórica ha ejercido su tiranía. En 2006, aquella contienda comienza a quedar realmente lejos. Y no sólo por el lapso temporal de los sesenta y un años. También los códigos morales, éticos y hasta políticos heredados en 1945, empiezan a estar obsoletos. Eso no quiere decir que el alistamiento de Günter Grass en la 10ª división de choque de las Waffen SS “Frundsberg” no sea un hecho menos reprobable en sí mismo, sino que para la sociedad actual el dato resulta menos significativo que hace un par de décadas. Lógicamente, para la generación de más de cuarenta años de edad sigue siendo una cuestión central. Pero las pirámides de población son más anchas por la base, lo cual quiere decir que a una porción creciente de la ciudadanía no les afecta el asunto de la misma manera. Y no necesariamente por ignorancia: pura y llanamente porque los miedos apocalípticos del siglo XX ya no son los del XXI. Hoy por hoy, el sistema democrático de las sociedades occidentales no está globalmente amenazado, ni por el fascismo ni por el bloque soviético. El “islamofascismo” de Bush, aunque nos lo creyéramos, no tiene nada que ver con ninguno de los grandes conceptos gestados entre 1918 y 1947, matriz ideológica de nuesta época hasta 1991. Los pecados de Nansen y Grass coinciden cronológicamente con la delimitación de esa época. Ahora, la globalización ha hecho que cada país, cada grupo social o político, cada disciplina científica tenga serios problemas estructurales de coherencia interna, pero los grandes esquemas de confrontación con el otro ya son cosa del siglo XX. Por mucho que las generaciones de entonces nos empeñemos en seguir defendiendo esos esquemas como actuales, la realidad de la nueva época es mucho más tozuda. Y por ello, es muy posible que Grass, lúcido como siempre, tuviera muy en cuenta el por qué y el cuándo de su revelación.

Foto de un grupo de "reenactment" o reconstrucción histórica de la 10ª Division der Waffen SS Frundsberg, la misma en la que sirvió Günter Grass durante la guerra. Los miembros de este grupo son norteamericanos de New Jersey, New York, Pennsylvania y West Virginia y poseen su propia página web. Por lo demás, existen numerosos grupos de figuración histórica que toman como sujeto las diversas divisiones de las SS y afirman solemnemente no defender en absoluto la ideología nazi que representaban estas unidades. Para muchos jóvenes de 2006, este tipo de iconos no posee el mismo significado aterrador que veinte o treinta años atrás.

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jueves, octubre 26, 2006

La Guerra Fría, revisitada

Acaba de hacer su aparición la segunda edición de La paz simulada, obra que cuenta ya con nueve años de edad y se ha convertido en un pequeño clásico. A nuestro criterio, en la editorial se han hecho un cierto lío con la definición de los conceptos, pero en todo caso el libro tiene en su haber seis reimpresiones y dos reediciones (en realidad no parece que tengan nada claro que es una cosa u otra). La paz simulada también ha acumulado tres diseños de cubierta diferentes. El primero, de Ángel Uriarte, fue el más logrado: recordaba mucho a las gloriosas cubiertas que hizo Daniel Gil para Alianza en los años sesenta y setenta. El segundo era tan deficiente que nunca se incluyó en este blog. Éste tercero, debido a Fernando Chiralt a partir de una fotografía de Ralph Crane, es estéticamente más logrado, pero los autores no tenemos idea de lo que representa la misteriosa portada, ni quién es el caballero que se pasea por el túnel y que tiene un cierto parecido con Jack Lemmon, de joven. Desde la editorial y vía mail nos comunicaron lo siguiente, a fecha de 25 de septiembre pasado:

"En cuanto a la foto que hemos utilizado no es el metro ni es una película. Es un escritor de novelas de suspense de espías paseando por un tunel. Al menos es inquietante."


Lo es, todo resulta un poco inquietante en su conjunto, si.


En cualquier caso, el post de hoy está dedicado al nuevo prólogo que lleva la obra y que gira en torno a una cuestión de gran actualidad, sobre la que volveremos en este blog: la persistencia de la mentalidad de Guerra Fría entre algunos publicistas y políticos.


Francisco Veiga, Enrique U. Da Cal, Ángel Duarte, La paz simulada. Una historia de la Guerra Fría, 1941-1991, Madrid, Alianza Editorial, 2006 (2ª edición)

PRÓLOGO A LA REEDICIÓN DE 2006

Ha transcurrido casi una década desde que fuera escrita La paz simulada. Tras haberse hecho varias reediciones, el libro no ha recibido críticas importantes y el tiempo transcurrido y los archivos que se han ido abriendo –soviéticos, más que occidentales- no han hecho sino subrayar que las conclusiones elaboradas por entonces siguen vigentes, y no es de prever que el futuro traiga grandes cambios interpretativos. Que el resultado haya sido tan satisfactorio se debió en parte al periodo en el que fue redactado: en 1996 y 1997 el final de la Guerra Fría quedaba todavía cercano. Y por lo tanto seguían frescos en la memoria detalles significativos, de esos que al historiador le dan pie para interpretaciones vivas y originales. Después, el tiempo termina por dejar detrás estereotipos cada vez más esquemáticos e irreales sobre los que resulta más difícil erigir ensayos. De otra parte, había ya pasado más de un lustro, existía una perspectiva mínima y parecía que las pasiones intelectuales derivadas de varias décadas de Guerra Fría, tendían a fundirse.

Pero en realidad, y por suerte para la trayectoria editorial de La paz simulada, ésta última era una falsa impresión. No deja de sorprender que el maniqueísmo interpretativo de los tiempos de la Guerra Fría siga siendo un cómodo refugio para muchos periodistas, algunos políticos y hasta profesores universitarios. No es infrecuente que Rusia sea presentada como gran potencia adversaria de Occidente (así, en líneas generales) cuando cada día, miles de pequeños accionistas europeos recogen sus buenos dividendos de los fondos de inversión rusos que cotizan en las grandes bolsas mundiales. Y al tiempo que su presidente garantiza el suministro de energía a Europa. Incluso resulta divertido que la República Popular China, última gran potencia del otrora denominado “socialismo real” apenas sea mencionada como tal en los medios de comunicación. O al menos, se haga sin las connotaciones siniestras que conserva Rusia: hasta pudiera ser un último residuo de la alianza chino-americana de los años setenta del siglo pasado. Por ejemplo: la guerrilla maoísta del Nepal en lucha contra la corrupta monarquía es presentada en los medios de comunicación occidentales de una forma mucho más benévola que si hubiera sido un movimiento de inspiración soviética. Es cierto que las dos guerras de Chechenia han contribuido a conservar esa imagen siniestra y agresiva de Rusia; pero el espectáculo de la autoindulgencia norteamericana con respecto a los excesos cometidos durante la ocupación de Irak contribuye a reforzar todavía más ese substrato de doble rasero informativo sobre el que se alimentó precisamente la Guerra Fría.

En otras ocasiones, el forzamiento interpretativo se convierte en pequeño lapsus más o menos intencionados. Así, la victoria de la coalición liberal-demócrata en las elecciones parlamentarias rumanas del otoño de 2004 fue saludado por un periódico español de gran tirada –y no precisamente de derechas
[1]- y además en un editorial, como el triunfo final y real de la transición en ese país, dando por hecho que “desde 1989 el atribulado país balcánico (...) había “vivido “en un claroscuro donde los antiguos comunistas, reinventados a sí mismos como los campeones de la democracia tras la ejecución del dictador Ceauşescu, han mantenido todos los hilos del Estado”. El autor de la pieza ignoraba, olvidaba u ocultaba sin el menor rubor que la derecha neoliberal y hasta conservadora ya había gobernado en Rumania, en coalición nada menos, entre 1996 y 2000, con unos malos resultados más que notables. O que el oponente electoral de los vencedores en 2004 fue un partido de corte demócrata-social, el cual, a quince años de la caída de Ceauşescu no podía ser calificado ya de “neocomunista”. Y dejando de lado asimismo, que para entonces Rumania estaba esperando su acceso a la Unión Europea para el año 2007.

Aunque los Balcanes son un microcosmos que durante los últimos años han detentado el papel de macrocosmos, el caso citado posee componentes de anécdota. Pero más allá de las meras limitaciones personales por encontrar explicaciones más sofisticadas a los fenómenos históricos o informativos que no sea el recurso a la detención artificial del tiempo, la pervivencia de clichés interpretativos heredados de la Guerra Fría parece centrarse en tres grandes grupos de causas.

Primero, que la caída del bloque soviético implicó el desmoronamiento o la transformación radical de los partidos comunistas en Europa Occidental, con el consiguiente transfuguismo masivo hacia los partidos o potentes círculos de poder –mediáticos, administrativos- de los partidos socialdemócratas. Desde hacía ya muchos años, éstos se habían convertido en partidos de centro y sus posiciones ideológicas de izquierdas eran ya simples poses en la mayor parte de los casos. Por lo tanto, la avalancha de militantes de la izquierda radical impuso la reactivación de un discurso marcadamente anticomunista, a fin de evitar la contaminación y marcar distancias entre conveniencia y convencimiento. Dentro de ese marco entraba el insistente recordatorio de la catástrofe que había supuesto el sistema soviético y de paso, la denigración de la experiencia histórica del “socialismo real”.

Además, algunos militantes de la izquierda radical contribuyeron a estimular ese planteamiento: el fracaso de la Unión Soviética no podía identificarse con el del marxismo histórico en su conjunto. La transición rusa hacia el capitalismo reafirmaba el dictamen: probaba que el socialismo soviético había sido una engañifa. Además, al desautorizar sistemáticamente los logros sociales o económicos en la Rusia de Yeltsin o Putin, identificándola con la extinta URSS, reforzaban los esquemas socialdemócratas. Pero en realidad ésta es una perspectiva muy basada en la experiencia española. La experiencia en otros países ha derivado hacia virajes más radicales: no son infrecuentes los casos en que trosquistas norteamericanos o maoístas franceses han terminado por convertirse en neocons puros y duros; en algunos otros casos, y también en algunos países occidentales, izquierdistas y ultraderechistas han acercado posiciones en discursos coincidentes, dando lugar a un peligroso discurso nacional-socialista que, lógicamente, retoma esquemas conspirativos de la más pura Guerra Fría.

En otras partes del mundo, los regímenes de corte soviético que sobrevivían aislados, aquí y allá, se convirtieron en vecinos incómodos a los que resultaba fácil achacar manejos políticos heredados de los tiempos de Guerra Fría. Tal fue el caso de Laos, Vietnam y sobre todo, Corea del Norte, rareza histórica donde aún reinaba el comunismo dinástico. A otro nivel, la Angola de UNITA o la Libia del coronel Gaddafi perpetuaron el fenómeno en África. Pero Latinoamérica fue uno de los focos donde sobrevivió más activamente el discurso de Guerra Fría debido a la resistencia del régimen castrista en Cuba. La orgullosa actitud beligerante que le caracteriza incluso se afianzó con el apoyo de la petrolera Venezuela de Hugo Chávez y la Bolivia productora de gas del presidente Evo Morales. Y todo ello complicado con la activa presencia china en la zona.

Pero si todos esos ejemplos no son sino restos del naufragio acaecido entre 1989 y 1991, la lucha por el control de Eurasia incluso ha relanzado los veteranos manejos de la Guerra Fría: intoxicación, operaciones clandestinas y de inteligencia, golpes de estado inducidos, insurgencia y contrainsurgencia. El extenso espacio que ocupan las nuevas repúblicas ex soviéticas de Asia Central, e incluso las europeas de Ucrania y Bielorrusia conservaron durante largo tiempo sistemas políticos directamente heredados de aquellos que existían en tiempos de la URSS; y al frente de todos ellos, a los antiguos nomenklaturistas locales del PCUS. Situadas en lugares geográficamente remotos para los occidentales, las repúblicas ex soviéticas pasaron a tener un interés geoestratégico primordial debido a tres factores: la gran campaña militar contra el islamismo radical; el interés de nuevas potencias regionales por conseguir sus propios espacios de influencia (Polonia, Turquía o Pakistán, por ejemplo); y sobre todo, la lucha por el control de los ricos yacimientos petrolíferos del Caspio o las rutas que conectan con ellos. El resultado más estridente de todo ello han sido las “revoluciones de colores” que comenzaron con la Revolución de las Rosas en Georgia de (noviembre de 2003) y sobre todo, con la Revolución Naranja en Ucrania al año siguiente. En ambos casos, el precedente casuístico había sido la denominada (en ocasiones) Revolución del Bulldozer en Serbia (5 de octubre de 2000) que terminó con el régimen de Slobodan Milosevic. El último episodio de las revoluciones de colores tuvo lugar en Kirguizistán en marzo de 2005, con la denominada Revolución de los Tulipanes, aunque también fue llamada “Rosa”, “del Limón”, “del Narciso”, “de la Seda” y hasta Revolución del Papel de Lija.

Desde Occidente se intentó presentar a las diversas “revoluciones de colores” como una repetición de la Revolución de Terciopelo checoslovaca, en diciembre de 1989: la mera presencia masiva de la población en las calles habría hecho caer a un régimen comunista, trayendo la democracia sin el más mínimo episodio de violencia o, al menos, sin muertos o heridos. El presidente derrocado aparecía como un mero apparatchik comunista, un dinosaurio atrincherado en el poder desde 1991; y el triunfador que había llevado al poder la supuesta revolución era un campeón de la democracia apoyado por las masas enardecidas –o los grupos de partidarios que la televisión presentaba como tales. Apenas unos meses más tarde, los nuevos regímenes resultaban ser tan corruptos o ineficaces como los anteriores, aunque para entonces las decepcionantes noticias sobre la descolorida revolución apenas ocupaban unas líneas en los medios de prensa, muy de tarde en tarde.

En todas estas supuestas “revoluciones” existía una lejana inspiración en el simbolismo de la portuguesa Revolución de los Claveles (1974) y en ello existe un componente de ajuste de cuentas histórico con su trasfondo izquierdista. Porque en realidad, desde la caída del Telón de Acero, el tratamiento informativo de protestas y revueltas de cualquier derecha populista contra los socialistas en el poder, suele adquirir rápidas connotaciones de "democracia espontánea". Otro ejemplo: las multitudes búlgaras que en 1997 entraron en plena sesión parlamentaria, en el centro de Sofía y derribaron al gobierno socialista; seis años más tarde, los socialistas ganaron las elecciones. Pero la verdad es que desde la caída del Telón de Acero, la realidad política mundial ha dado muchas vueltas, acumulándose paradojas sobre las paradojas, como –por seguir con el ejemplo- la presencia del partido del ex rey Simeón en la coalición de gobierno búlgara desde 2005, en esas elecciones que ganaron los socialistas. Parece como si las “revoluciones de colores” tuvieran también un componente de fantasía placentera: son la revuelta china de Tiananmen con un final feliz. Porque no es muy agradable constatar que en China triunfó a la vez la represión y la transición basada en patrones capitalistas.

Vale la pena repetirlo: la tendencia al doble rasero informativo que los grandes medias occidentales imponen en la información internacional, es también una herencia de la política informativa de la Guerra Fría, cuando las exageraciones o tergiversaciones sobre el otro no podían ser fácilmente comparadas o eran justificadas por las necesidades que imponían la titánica lucha del Bien sobre el Mal.

Y ésta sería precisamente la gran conclusión sobre los últimos quince años de posguerra fría: ese prometido triunfo del Bien sobre el Mal no se ha materializado ni siquiera en el afianzamiento de la paz global. Aunque parecía imposible que alguien pudiera soñar en oponerse a la gran superpotencia vencedora absoluta de la Guerra Fría, nuevos enemigos han aparecido: con su carga ideológica totalitaria y antidemocrática, con capacidad de actuación global; sólo que esta vez en la sombra. Herencia también del discurso de Guerra Fría, el combate contra el terrorismo universal no es ya, sin embargo, más que la expresión de una nueva era de reajuste internacional en base a una enorme colección de problemas dispersos pero interactivos en el amplio marco de la globalización.


Barcelona, 8 de mayo, 2006

[1] Se trata de “El País”, en su edición del 15 de diciembre de 2004, editorial que llevaba el título: “Aire fresco en Rumania”

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lunes, octubre 23, 2006

Una mala cena la tiene cualquiera



Característico fotomontaje de "El País": se escogió la enorme foto de un bilioso Vladimir Putin "durante la rueda de prensa en Lahti" para contrastar, enfrentada, con los alegres semblantes de Chirac, Merkel y Zapatero, procedentes de otros eventos. Al parecer, no hubo manera de encontrar una instantánea más risueña de Romano Prodi. El conjunto gráfico ilustra la crónica de Carbajosa y Missé: "Putin critica la corrupción de los alcaldes españoles", en: "El País", domingo, 22 de octubre, pag. 9. La foto de Putin es de Associated Pres; las demás no incluyen créditos.



Una de las definiciones más concretas y descriptivas que conozco de un acontecimiento histórico, la formuló el historiador A.J.P. Taylor en referencia a los líderes de las revoluciones europeas de 1848 y sus motivaciones: "Los primeros movimientos nacionales fueron creados y dirigidos por escritores, principalmente por poetas e historiadores, y su política era la de la literatura más que la de la vida. los líderes nacionales hablaban como si tuvieran el apoyo de un pueblo consciente y organizado; sin embargo, sabían que la nación estaba todavía sólo en sus libros (...) En el mundo cerrado de su imaginación, estos líderes de la primera época volvieron a combatir en las históricas batallas que, siglos antes, se habían decidido. No sabían cuándo negociar y cuándo resistir y, sobre todo, no sabían con qué resistir. No entendían que la política es un conflicto de fuerzas, creían que se trataba de un conflicto de argumentos".

Parece que esa especie de ingenuidad ha cambiado poco, al menos a la vista de la forma en que descarriló la conversación diplomática mantenida en la cena por algunos dirigentes de la Unión Europea y el presidente ruso Vladimir Putin. Puede que la falta de imaginación haya contribuido a añadir una cierta dosis de estupidez; incluso sería justificable que el simple miedo, el temor de sentirse a merced de los rusos esté contribuyendo a la contumaz torpeza diplomática de algunos dirigentes euorpeos. O la peor opción posible: que al cabo de los años esos mismos individuos hayan terminado por creerse su propio discurso de madera, como les ocurría a los ministros soviéticos en tiempos de Breznev, cuando ni siquiera poseían -ni deseaban conocer- la información sobre el estado real del país.

Como se sabe, los líderes y a la vez representantes de la UE se habían reunido con Putin en Lahti (Finlandia) para llegar a un acuerdo con Moscú a fin de garantizar el necesario suministro de energía para el Viejo Continente. Actualmente, según últimas informaciones, Rusia suministra a los países de la UE hasta el 25% de sus necesidades energéticas. Las conversaciones se llevaban con guante de seda. La consigna era evitar asuntos incómodos referidos a la política interior rusa. Durante la cena, las diversas intervenciones, incluyendo la de Putin, fueron encajando según el guión previsto. Habló el dirigente ruso, reconocienmdo la necesidad y voluntad de cooperar con la UE en materia energética, reabriendo la puerta a la posibilidad de formar joint ventures europeas con las empresas rusas dedicadas a la extracción de gas y petróleo. Le respondió en términos cautos el presidente de la Comisión Europea, el portugués Durão Barroso. Luego hablaron con tono parecido aquellos dirigentes con los que Putin tiene más confianza, es decir, los más poderosos: "Jacques" (Chirac), "Tony" (Blair), "Ángela" (Merkel).

La crónica de "El País" precisa que todo se torció cuando "los países bálticos tomaron la palabra", sacando a colación los temas más polémicos posibles: la tensión entre Rusia y Georgia y la situación de los derechos humanos en la gran potencia, al hilo del asesinato de la periodista Anna Politkovskaya -no los del banquero Alexandr Plojin (10 de octubre) ni el del gerente de la Agencia Itar-Tass, Anatoli Voronin (15 de octubre). Al parecer, se trataba de una de esas actitudes gamberras que están adoptando los nuevos socios orientales de la UE en los últimos tiempos: el desprecio por los derechos de las minorías, los homosexuales o los extranjeros en Letonia y Polonia, el olímpico desdén a las recomendaciones comunitarias sobre estrategia económica en Hungría o la petulancia intransigente y obstruccionista en Chipre. En todos los casos suelen ser países pequeños -con exclusión de Polonia- que mezclan el euroescepticismo con sus pequeñas revanchas históricas y el deseo de mostrrar en Bruselas que "ellos saben" cómo tratar a Rusia, a Turquía a sus vecinos y hasta a la misma Bruselas. Al fin y al cabo, se supone que Bruselas les protege con el manto azul de la Virgen, en el cual está inspirada la bandera de las estrellas.

Pepe Borrell en tiempos de mejores digestiones

A pesar de todo, y como en Moscú también son expertos en egoísmos nacionales, Putin aguantó. Los bálticos hubieran quedado en evidencia ellos solos, de no haber sido por Josep Borrell, cadáver político en España desde hace ya años y a la sazón presidente del Parlamento Europeo. Según explican Ana Carbajosa y Andreu Missé en la crónica de "El País", Borrell protagonizó una intervención muy subida de tono. Comenzó "con palabras cargadas de sarcasmo" [sic]: "Hemos de agradecer al señor Putin que cerrara temporalmente el grifo a Ucrania, el pasado enero, porque gracias a esto estamos aquí discutiendo de política energética común". Y ya puesto, Borrell expresó "la preocupación de los ciudadanos europeos por la devaluación de los derechos humanos en Rusia" [sic, según la crónica citada], le recordó a Putin que el Parlamento Europeo dedicó un minuto de silencio por el asesinato de la Politovskaya y de propina se refirió a un tema que debió parecerle muy novedoso y apropiado para ser resuelto de un plumazo durante la cena: las dificultades que padece la oposición y las ONG en Rusia.

Ya sólo esta traca de petardos levantinos hubiera bastado para mover de sus casillas al mísmisimo ZP. Pero según parece, Borrell remató: "Sacamos petróleo de países peores que el suyo, pero nuestra preocupación es que con ustedes queremos asociarnos y ello exige compartir unos valores". Ante un párrafo de tamaño calibre insolente, cabe preguntarse si la pronunció literalmente Josep Borrell o es una transcripción aproximada artribuible a la grosería con la que Ana Carbajosa suele retratar a los personajes que no le caen bien (Putin, en este caso); o quizás es la conocida tendencia, propia de muchos periodistas, a mostrarse más papista que el Papa. Aunque quizá no sea justo mostrarse tan duro con el periódico o con la Carbajosa por lo que es un mero reflejo de incredulidad ante la más que evidente chapuza política de Borrell, que no hace sino reflejar años de dialéctica marrullera en nuestra propia política. Al fin y al cabo, Fernando García, enviado especial de "La Vanguardia" apunta que Borrell dijo también algo así como: "No cambiaremos energía por derechos humanos", frase que de ser cierta, no mencionan Carbajosa y Missé, conscientes que de que Borrell, con toda esa vena populista y demagógica, es al fin y al cabo afín a la ideología-bandera de la empresa de su periódico.

Por supuesto que la situación de los derechos humanos debe mejorar en Rusia y los mafiosos y asesinos han de terminar en la cárcel. Pero aquí lo que se pone en solfa es la necesidad de organizar una zapatiesta como la que protagonizó Borrell como el camino más indicado y eficaz para hacer algo útil y no terminar abochornado: él y el país que representa. Porque se supone que estamos hablando de profesionales de la alta diplomacia, no de líderes rockeros con ambiciones de trascendencia o alterados jóvenes alternativos. Posiblemente Borrell es realmente alguien que, como explicaba Taylor con referencia a los líderes de 1848, no sabe cuándo negociar, ni cuándo resistir y no entiende que la política (y más la internacional) no es un conflicto de argumentos, sino de fuerzas e incluso de astucia. En cualquier caso, ni Ana Carbajosa ni Andreu Missé nos explican por qué a nuestro Pepe le dio ese inoportuno y sobre todo, innecesario, arrebato polémico-justiciero. Quizá una mala cena y los gases de los que se hablaba en la reunión de Lahti, se fueron por la tubería no deseada.

Putin respondió como cabría esperar cuando alguien se siente muñeco de pim pam pún de feria: echando en cara los europeos su alegre tendencia al dobre rasero. Por supuesto que le recordó a los españoles los escándalos de corrupción inmobiliaria, que se tiran a la cara mutuamente el partido del gobierno y la oposición. Por estos pagos parecemos ser tan inconscientes como ajenos al hecho científicamente demostrado de que nuestras fronteras no son opacas y que las continuas broncas políticas se están cargando la escasa imagen exterior que le queda a España. Y menos mal que Putin se quedó ahí, porque lo más posible es que, como antiguo profesional del tema, posea datos más sensibles referidos a la corrupción española en ámbitos más diversificados que pueden ir desde el mundo bursátil a la gestión del flujo inmigratorio o el turismo, pasando por determinadas campañas de prensa o connivencia nacional con mafias extranjeras: todo ese mundillo en el que están incluidos personajes de aquí y allá, de todo el espectro político español, y que se veía reflejado en una tabla sobre corrupción a escala mundial que se citó en este mismo blog, hace pocos meses. Vaya usted a saber si Putin incluso está informado del escándalo de fraude fiscal que le costó a Pepe Borrell su carrera en el PSOE, allá por 1998 (asunto Aguiar-Huguet).

El mandatario ruso también recordó que el término Mafia se inventó en Italia; y lo hizo mirando a Romano Prodi, que se llevó un cachete colateral. Pudo hacerlo impunemente, dejándolo bien mudo, porque ahora ya no gobierna Berlusconi, del cual debe conocer también un buen número de secretos. Por lo demás, se abstuvo de mencionar el auge de la extrema derecha que se observa en el continente, y no digamos en el futuro socio comunitario búlgaro. No tuvo necesidad de disparar contra Blair ni menos aún contra Chirac. Al fin y al cabo, Paris lleva años intentando resucitar la viejísima y por lo tanto, tradicional política de alianza franco-rusa. Menos aún contra Ángela, pues con Berlín existen también años de Ostpolitik. Y quizá por ello se intoxicó Borrell de buenismo justiciero, recordando aquello tiempos en que se le conocía como el “Inquisidor”: el diario "El País" lleva un par de días denunciando de forma contundente el
egoísmo alemán, que se permite negocios bilaterales con el ruso para obtener el necesario gas a espaldas de la política europea comunitaria. No le falta razón al rotativo, pero cabe dudar si no late detrás la rabieta del expediente decidido por la Comisión Europea contra España por el caso E.ON. De tales croquetas, tamañas indigestiones.

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sábado, octubre 21, 2006

El contencioso armenio-turco (4): Nagorno-Karabaj


Francotiradores del Ejército de la autoproclamada República de Nagorjo-Karabaj. Ésta y las demás fotografías del post son de Yves Debay e ilustran su reportaje: "Nagorno-Karabagh. Powder Keg in the Caucasus", en: "Special Ops", vol. 37, 2006. En todos los casos se trata de unidades y material militar de las mencionadas fuerzas armadas


Una de las claves del ascedente ruso sobre Armenia, es la autoproclamada república de Nagorno-Karabaj. Escueto territorio de 4.400 kms cuadradados (una extensión algo inferior a la correspondiente a la provincia española de Pontevedra ) y menos de 200.000 habitantes, es una de las piedras de toque más conflictivas del ya de por sí problemático Cáucaso. La versión armenia sobre los orígenes de la disputa -la que más circulación y credibilidad tiene en los medios de comunicación occidentales- cuenta que en 1923, Moscú desgajó el territorio de la República soviética de Armenia cediendo el territorio autónomo de Nagorno-Karabaj (NKAO) a la República soviética de Azerbayán. La responsabilidad de la decisión habría sido de los comisarios soviéticos de nacionalidades, Gueorgui Chicherin y Josef Stalin, y los emisarios especiales Sergo Ordjonikidzé y Serguei Kirov. Por entonces, los soviéticos apostaban todavía por la baza turca para llevar la revolución a los antiguos territorios del Imperio otomano. Comenzando por la misma Turquía: no olvidemos el apoyo bolchevique a la decisiva victoria de Mustafa Kemal en la guerra contra los griegos, franceses, italianos y británicos que se habían repartido el territorio de Anatolia. Es sintomático que en septiembre 1920 se celebrara en Baku el Congreso de los Pueblos de Oriente, poco después del Segundo Congreso de la Internacional Comunista. La perspectiva histórica nos muestra que Moscú se llevaba un juego muy perverso con la totalidad del Caúcaso y sobre todo con Armenia, que en buena medida puede ser calificada como el "Israel de Rusia" en la zona.

Durante los años veinte y treinta, Stalin mantendrá contactos reservados con los dachnak en elexilio. La Dachnaksutiun o Federación Revolucionaria Armenia (FRA) había sido fundada en 1890 y constituía el movimiento nacionalista armenio más violento y radical. Por ello sorprende que el antiguo ministro de Defensa de la efímera República Armenia, el general dachnak Dro (alias de
Drastamat Kanayan), fuera recibido en el Kremlin durante la guerra civil rusa y terminara liderando batallones dachanko-bolcheviques que aplastaron la revuelta de los turcos basmachis en Asia Central. Posterioremente, Dro dejó Moscú sin problemas y regresó al exilio europeo. Durante la Segunda Guerra Mundial, los dachnaks, escindidos entre sí, jugaron una doble apuesta: algunos dirigentes colaborarán con los Aliados; pero el general Dro y otros líderes, ayudarán a los nazis a formar una unidad de voluntarios armenios en la Wermacht: el batallón 812. Mientras tanto, los hijos de la Armenia soviética se integraron en la división Taman, que encuadrada en el Ejército Rojo incluso llegó hasta Berlín en 1945. También en los años veinte, los hentchaks o militantes socialdemócratas armenios, colaboraron con la causa bolchevique ayudando a crear células del partido en Siria, por entonces bajo mandato francés. De otra parte, Moscú instó y facilitó el retorno de exiliados armenios a la república soviética, para ayudar a repoblarla.

Curiosa pero significativamente, Stalin favoreció a Armenia tras la Segunda Guerra Mundial. Los chechenos resultaron deportados en masa por connnivencia con el enemigo, pero los armenios fueron premiados con nuevos esfuerzos para reintegrar al exilio en la madre patria, y eso a partir de 1947. Según Gaïdz Minassinan en su libro ya citado sobre la geoestrategia de Armenia, el dictador soviético deseaba castigar a Turquía por su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial, y apoyó las aspiraciones más radicales del nacionalismo armenio: la asimilación de los antiguos "territorios armenios" en Turquía. Tanto es así que a tal efecto se creó en Paris el Comité de Defensa de Armenia, participado por comunistas y dachnaks. Stalin incluso recibió las felicitaciones del insumergible general Dro.

Kruschev continuó algunos de los pasos dados por Stalin y favoreció el resurgimiento del nacionalismo armenio. Aparentemente, la Guerra Fría colocará a cada uno en su sitio durante los años venideros; y desde el exilio, los dachnaks se alinearán con Occidente. Pero seguirán manteniendo contactos secretos con Moscú, y desde aquí se continuará con la política de favorecer el regreso de los exiliados a la República soviética de Armenia. En definitiva, los soviéticos siempre se mostraron muy permisivos con el nacionalismo armenio, hasta el punto de mantener contactos discretos con los nacionalistas del exilio, a sabiendas de que eso incomodaba a las autoridades soviéticas de Erevan. En los años sesenta permitieron la creación, en esa capital armenia, del Partido Nacional Unificado, hecho insólito en la URSS. Y en 1962 hicieron la vista gorda ante la petición de 2.500 armenios de Nagorno-Karabaj para la unificación de la región autónoma a la República Socialista Soviética de Armenia. Tres años más tarde, se conmemoró, con asistencia de personalidades dachnaks, el 50º aniversario de los sucesos de 1915. En 1975, tuvo lugar una nueva manifestación masiva en Erevan, con asistencia de un millón de personas. Lo que incluyó un reportaje del diario "Pravda" sobre el genocidio armenio. Si se considera que ya en 1970 el primer secretario del PC armenio viajó a Moscú para pedir la devolución de Nagorno-Karabaj, se comprenderá que las piezas de la tragedia se habían ido acumulando con mucha antelación.


Un carro de combate pesado T-72 de la Brigada Blindada de Nagorno-Karabaj. Un monstruo de este calibre aún conserva mucho poder en los modernos campos de batalla. Obsérvese la bandera de la autoproclamada república, casi idéntica a la de Armenia, en el lado derecho de la torreta.

El conflicto de Nagorno-Karabaj comenzó en 1988, prefigurando la dinámica de las guerras yugoslavas muy pocos años después, como lo había hecho el conflicto chipriota en 1973. También se adelantó en dos años al comienzos de la guera en Chechenia. En conjunto se puede decir que el estallido de la crisis estuvo directamente relacionado con la liberalización política que llevó a la Unión Soviética el proceso de la perestroika. Ya en 1987, el “lobby armenio” en el PCUS de Moscú poseía un personaje de gran influencia: Abel Aganbeguian, consejero personal del secretario general, Mijail Gorbachev. Quizá por influencia de este personaje y desde luego en la estela de la política de glasnost, se permitió a los armenios de Nagorno Karabaj formular su deseo de integrarse en la República soviética de Armenia. El 20 de febrero de 1988, el consejo regional del NKAO hizo públicos los resultados de un referéndum según el cual la mayoría de la población armenia del territorio respaldaba esa propuesta: unas 80.000 personas de un total de 123.000 armenios y 37.000 azeríes (se suele utilizar el censo de 1979: 162.000 habitantes en total).

A partir de ahí, la catástrofe. Se produjeron enfrentamientos violentos entre armenios y azeríes en Nagorno-Karabaj (2 muertos azeríes) que fueron seguidos por un pogrom de población armenia en la ciudad azerí de Sumgaıt (26 armenios muertos). El Ejército soviético intervino en Azerbayán y Armenia para evitar un baño de sangre interétnico, con discutibles resultados. Pero ya era tarde: en verano las autoridades de la República de Armenia mostraban abiertamente su respaldo a las demandas secesionistas de Nagorno-Karabaj, los diputados de la NKAO votaron públicamente por la secesión, se organizaron agresivas manifestaciones nacionalistas en las dos repúblicas implicadas y ya en noviembre y en el corto espacio de dos semanas se sucedieron las limpiezas étnicas y los intercambios de poblaciones: 200.000 armenios escaparon de Azerbayán contra 165.000 que lo hicieron desde Armenia y Nagorno-Karabaj. Hubo también miles de desaparecidos. Desde Moscú, Gorbachev intentaba atajar el desastre repartiendo palos y zanahorias a ambas partes, consciente de que se jugaba ante Occidente su imagen y la de la perestroika. Precisamente por ello, y sabiendo de la debilidad occidental por la causa armenia, terminó favoreciéndola. Así, organizó la gestión directa del enclave, desde Moscú, nombrando a Arkadi Volski como director del Comité de Administración Especial, que a la postre favorecvió los vínculos entre Nagorno-Karabaj y Armenia. Así la secesión se consumó, de facto, con la bendición de Moscú.


Sistema de misiles antiaéreos SA-3 GOA, de origen ruso.



La medida favoreció el drástico crecimiento del nacionalismo azerí, del cual surgió el Frente Nacional de Azerbayán y enfrentamientos directos con tropas del Ejército soviético, a lo largo de 1990. Por fin, tras el fracasado golpe de estado en Moscú, de agosto de 1991, Baku proclamó la independencia de la república, a lo que siguió la creación de la República de Nagorno-Karabaj, el 2 de septiembre, y la independencia de la misma, decidida por el Soviet Supremo local, el 10 de diciembre. Todo ello desembocó en la guerra abierta entre dos ejércitos más bien famélicos, desorganizados e infradotados: el azerí y el armenio de Nagorno-Karabaj, apoyado desde Armenia con voluntarios y material, con abundantes bajas entre la población civil.

El conflicto se prolongó hasta mayo de 1994, olvidado por los medios de comunicación occidentales, embebidos por las guerras de Croacia y Bosnia. El resultado fue que los armenios se hicieron con el control de Nagorno Karabaj y expulsaron a la población del territorio. Y al final la guerra se detuvo por un alto el fuego al que nunca siguió (al menos hasta hoy en día) un acuerdo de paz formal, a pesar de los esfuerzos de la OSCE y el denominado grupo de Minsk en el que estaban presentes Rusia y Francia.

En este mismo año, la revista “Special Ops” (publicación para los forofos de las fuerzas de élite mundiales) publicó en su número 37 un reportaje sobre el Ejército de la República de Nagorno-Karabaj, firmado por Yves Debay, un periodista especializado en este tipo de temas. En tono abiertamente admirativo, el especial ofrecía un espectacular despliegue gráfico, algunas de cuyas fotografías ilustran este post. Conociendo la entidad territorial y poblacional de la minúscula república, resultaba un chocante ejercicio propagandístico, sólo apto para los más rendidos sectores del público occidental. El exiguo territorio convertido en exultante república, “mantiene” 20.000 soldados a los que se suman 60.000 reservistas, 316 carros de combate y 324 TOA´s, 322 piezas de artillería pesada, 44 lanzacohetes y modernos sistemas de defensa antiaérea. Oficialmente, se trata de las fuerzas de la República de Nagorno-Karabaj, pero es un secreto a voces que son contingentes militares de la República de Armenia con armamento y equipo suministrados por Rusia y quizá también, Grecia. Como el gobierno de la RNK no reconoce el Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa, en su territorio se pueden almacenar todo tipo de sistemas de armas, a pesar de que Erevan haya firmado, por ejemplo, la Convención de Armas Químicas en 1993.



Batería de obuses de campaña de 152 mms. La clásica artillería de la tradicional doctrina militar soviética y rusa.


El mantenimiento en pie de guerra de la RNK supone un esfuerzo más que considerable para un estado tan pequeño como Armenia, que oficialmente declara disponer de 107 carros de combate y 204 TOA´s y vehículos blindados de todo tipo, 225 piezas de artillería pesada y 50 lanzacohetes. Eso para defender un territorio de sólo 29.800 km² y poblado por 3.000.000 de habitantes. Pero existe un problema de base política de ámbito internacional. Cuando los serbios de Croacia proclamaron la República de Krajina en 1991, los medios de comunicación occidentales insistían puntillosamente y con marcado retintín en adjetivarla como la “autoproclamada” República Serbia de Krajina. Por otra parte, esos mismos medios nos recuerdan, siempre que pueden, que la República Turca del Norte de Chipre sólo está reconocida por Turquía y ningún estado más. Pues bien, la República de Nagorno-Karabaj es también “autoproclamada” y sólo la reconoce Armenia. Todo un poema al doble rasero de los medios de comunicación (y en parte diplomáticos) de Occidente.

Mapa del territorio y bandera de la autoproclamada república de Nagorno-Karabaj. La enseña es exactamente igual a la armenia, con excepción del galón blanco escalonado.

Por lo tanto, el status militar de la RNK y la base rusa en Armenia contribuyen a complicar lo que se podría denominar “problema de los enclaves armados” en la periferia anatolia, junto la presencia militar turca en la RTNC y las bases griegas y contingente militar griego en Chipre (ELDYK) o islas del Egeo. Los unos encuentran en los otros las excusas y agravios comparativos necesarios para no desmantelar sus infraestructuras militares semiclandestinas o paralelas. Pero además, Nagorno-Karabaj es una de las claves principales que permite a Moscú mantener a la República de Armenia sujeta y bien sujeta a su poder.

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viernes, octubre 13, 2006

El contencioso armenio-turco (3): El papel de Moscú

Humor gráfico: Putin por Ferreres, publicado en "El Periódico", 14 de octubre, 2006

Llamada de Radio Nacional de España, uno de los noticiarios. Ocurrió el domingo pasado, por la mañana: querían un breve comentario sobre el asesinato de la periodista rusa Anna Politkovskaya y “lo que ocurre en Chechenia”, para el informativo del mediodía. Decliné como pude la oferta: era evidente que deseaban escuchar un determinado discurso, prefabricado y, además, sintético. Para una buena parte de los medios de prensa occidentales, resulta meridianamente claro que Putin es el "asesino" por razones tales como que la periodista tiroteada hablaba mal de él y su política, y el dirigente ruso fue oficial de la KGB. Descender de ese nivel argumental resulta políticamente incorrecto.

La ocasión daba para pensar en los forzados ajustes a los que recurre la prensa. En estos días, el asesinato de la Politkovskaya ha reactivado un discurso anti Putin con gruesos flecos antirrusos. Pero es que además, por estos mismos días, los medios occidentales se alinearon con Georgia en el contencioso que mantiene con Rusia. ¿Quiere decir eso que deberían hacerlo contra Armenia? Sería lo más coherente, porque esta república caucásica es prorrusa; en realidad es todo un satélite de Moscú en la zona, enfrentada a Georgia y Azerbayan, ambas aliadas de Turquía. Ankara ha denunciado en algunas ocasiones –aunque sin alzar mucho la voz- que Moscú apoya a los kurdos del PKK. A su vez, los rusos también han dejado caer que los turcos se han mezclado en la crisis chechena. En realidad la situación es más complicada, pero si los medias asumieran que algo de eso hay, vaya batería de contradicciones deberían afrontar en más de una ocasión.

Para muestra un reciente botón: la crisis entre Rusia y Georgia se debe, en buena medida, a las reiteradas acusaciones de Moscú de que ese pequeño vecino del Cáucaso no hace lo posible para capturar dentro de sus fronteras a guerrilleros que además entran en la conflictiva Chechenia a traves del
Valle del Pankisi. Pero la prensa occidental consultada no ha incidido en esta cuestión, sería complicar el análisis, y eso no es platro dse gusto para el lector. La salida a tanto dilema es de una sencillez desconcertante: parcelar, tratar cada asunto por separado. Los contextos regionales, las alianzas exteriores, los vecindarios, los alineamientos en política exterior: todo eso es evitado como la peste, a pesar de que en ocasiones tales parámetros aportarían argumentos de peso a tener muy en cuenta. Pero eso es secundario: a la mayoría de los medios de comunicación y a sus periodistas respectivos esa ignorancia voluntaria les facilita mucho la tarea de vender sus productos a caballo de las pasiones dominantes en cada momento.

Chirac y su esposa depositan una corona de flores ante el monumento al genocidio armenio en Erevan, durante la visita que el presidente realizó a comienzos de este mismo mes. Paris ha utilizado a fondo ese controvertido acontecimiento histórico a beneficio de su propia política exterior e interior.

La actual situación del contencioso turco-armenio da para trenzar un caso concreto. El pasado día 12, en plena espiral histérica, la Asamblea francesa aprobó la tan cacareada ley que penaliza la negación del genocidio armenio. Confusa en el enunciado de lo que pretende castigar, bajo el pertinente discurso-moralina su único objetivo real consiste en fomentar el sentimiento antieuropeo de los nacionalistas turcos hasta hacerlo llegar a un punto de ebullición que de una forma u otra lleve a que Ankara se retire prematuramente de las negociaciones para acceder a la Unión Europea. Si es en medio de un enorme escándalo, mejor que mejor. Pero sus resultados reales consisten, básicamente en respaldar una causa que se está convirtiendo en bandera de la extrema derecha europea y en dañar irremisiblemente la política exterior de la República de Armenia. Con ello, Francia demuestra una vez más que es una potencia decadente, más obsesionada por defender los símbolos de su antiguo poder que capaz de realizar cálculos realistas de geopolítica global, como los que llevan a cabo las potencias de verdad. Más allá de preservar su porcentaje de representación en el Parlamento europeo defenestrando la candidatura turca a la UE, ¿qué política concreta posee Francia en el Cáucaso?¿Está apoyando activamente al "asesino" Putin?¿Cuántos diputados o periodistas franceses saben que Ara Abrahamian, una de las personalidades más relevantes de los grupos de presión armenios a escala internacional, es además uno de los oligarcas rusos y presidente de la Organización de los Armenios cuyo primer congreso se inauguró en Moscú en octubre de 2003 con discurso inaugural de Vladimir Putin?

Vayamos por partes, es decir, aquellas en las que divide realmente el contencioso turco-armenio, y que conviene separar: a) Los intereses nacionales y geoestratégicos de la República de Armenia; b) Los intereses de la diáspora y los grupos de presión armenios en el extranjero, que no siempre conciden con los de la República de Armenia; c) Los intereses de las potencias que juegan en la zona; d) Los intereses de los estados extranjeros que instrumentalizan la cuestión turco-armenia para sus fines particulares, ajenos en realidad a ese conflicto.

El pasado mes de julio,
Eurasianet, que es una website rusa de análisis geoestratégico publicaba una crónica según la cual, Armenia se oponía al tendido del ferrocarril azerí-georgiano-turco. El proyecto arrancaba de mayo del año pasado (2005) durante la apertura ceremonial del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan (BTC). Por entonces se estimó que la obra saldría por unos 400 millones de dólares USA y reforzaría el vínculo que ya ofrecía el oleoducto: estrechamiento de las relaciones entre los tres estados y establecimiento de un interesante vínculo de comunicación entre Europa y el Asia Central a través de una vía poco habitual e históricamente, poco segura.

La protesta de Armenia se relacionaba con el rodeo que da la línea férrea entre la ciudad turca de Kars y la de Ajalkalaki, en el sur de Georgia. Según Erevan, el trazado de esos 100 kms. evita el camino natural a través de territorio armenio que une la ciudad de Kars con la de Gyumri y de ésta pasa a todo el sur del Cáucaso. El gobierno armenio, muy preocupado por lo que contempla como un nuevo intento de aislamiento perpetrado por sus vecinos del Cáucaso, ofreció su colaboración “desinteresada” en el proyecto. En tal sentido, el ministro de Asuntos Exteriores, Vartan Oskanian indicó que “Armenia está preparada para que Turquía, Georgia y Azerbaiyán utilicen la línea de ferrocarril existente en territorio de Armenia” aunque esta república no haya sido invitado a participar en el proyecto (27 de junio, 2006).

Trazado del BTC, directamente relacionaco con el tendido de la línea férrea azerí-georgiano-turca. Mapa procedente de Wikipedia.


Las autoridades armenias no creen que el tendido de la nueva línea férrea sea puramente comercial. En vez de ello, lo ven como un paso más para el aislamiento del país, tras haber quedado fuera del proyecto del oleoducto Bakú-Tblissi-Ceyhan (BTC). En consecuencia, los influyentes grupos de presión armenios en los Estados Unidos comenzaron a moverse para frustrar el proyecto, buscando el voto de un comité del Congreso que asegure una enmienda que induzca al US Export-Import Bank la prohibición de respaldar la construcción de la línea férrea. En tal sentido, el congresista demócrata Joseph Crowley, que es el principal promotor de la idea, ya hizo unas declaraciones advirtiendo a los gobiernos de Turquía y Azerbaiyán que “excluir continuamente a Armenia de los proyectos regionales genera inestabilidad”. Los impulsores de la campaña en los EEUU creen que hacia finales de este mismo año la Cámara de Representantes en pleno podría considerar la enmienda. Posteriormente, la iniciativa podría llegar al Senado. La administración Bush no ha manifestado objeciones a las iniciativas. Por otra parte, también en la UE han surgido voces que secundan la iniciativa armenia, como la de la austriaca Benita Ferrero-Waldner ya de por sí poco simpatizante de la candidatura turca, que el pasado mes de marzo visitó Erevan.

Parece claro que el conflicto que está surgiendo en torno a la línea férrea azerí-georgiano-turca es un reflejo de pugnas de más calado. Por supuesto, está en conexión con el bien conocido proyecto BTC y la compleja trama de los oleoductos y gaseoductos que desde Próximo Oriente, Asia Central y Caspio deberán atravesar Turquía (o ya lo hacen) para llegar al corazón de Europa. Armenia ha sido dejada fuera del proyecto por motivos políticos: el contencioso de Nagorno-Karabaj que enfrenta a esa república con la vecina Azerbaiyán y con su aliada natural, Turquía. En consecuencia, Ankara no mantiene relaciones diplomáticas con Erevan y desde hace años ha cerrado a cal y canto sus fronteras con Armenia. Pero debe aclararse que su estatus de peón ruso en la región también le ha ganado muchos enemigos a este país, y que muy posiblemente, la actual crisis georgiano-rusa impida que los esfuerzos del senador Joseph Crowley lleguen a buen fin. Porque el caso es que Georgia, Azerbayán y Turquía, son aliados de Washington y Armenia está por ver si lo será o no.


Aviones de combate rusos MiG29 patrullan la frontera del espacio aéreo armeno-turco. Fotografía procedente de Wikipedia

El hecho de que los conflictos con sus vecinos turco y azerí haya dejado a Armenia fuera del negocio petrolífero ya constituye de por sí motivo de seria alarma en Erevan. Pero además, existen otros problemas de orden geoestratégico. Armenia es un satélite militar ruso desde la firma, en 1992, del Tratado de Tachkent, seguido cinco años más tarde de un específico tratado de amistad ruso-armenio. Mantiene en su territorio unos 5.000 soldados de esa potencia, destacados en dos bases, aunque agrupados la mayoría de ellos en la denominada Base Militar 102, situada en Gyumri, que, curiosamente, es el empalme ferroviario ofrecido por el gobierno de Erevan a los países del trayecto ferroviario azerí-georgiano-turco. Dicho sea de paso, resulta bastante razonable que los países vecinos no vean con buenos ojos que el ferrocarril que construyen pase a través de un enclave militar ruso. Y menos en el momento actual, cuando según la prensa occidental, la potencia puede convertirse en una dictadura neosoviética -o algo peor- de un momento a otro.

En la Base Militar 102 se cuentan unos 30 cazas rusos tipo MiG 29 y baterías de misiles antiaéreos S-300. Sin embargo, el anunciado cierre total de las bases rusas en Georgia ha supuesto que su material y personal estén siendo trasladados a Armenia. Además de acantonar efectivos en el país, Rusia entrena y prepara a la totalidad del cuerpo de oficiales armenio. Y no sólo eso: los guardias de frontera rusos patrullan en los límites con Turquía e Irán. Mientras tanto, continúan las entregas de armas rusas al aliado, que hacen del ejército de esa república el más potente del Cáucaso meridional. Por todo ello, volvemos al mismo punto ya enunciado: no es de extrañar que las relaciones de Armenia con Turquía, Azerbaiyán y Georgia sean tensas.

En el plano económico, la dependencia armenia del vecino ruso es todavía más apabullante. En 2001, Vladimir
Putin visitó Erevan y firmó decenas de acuerdos bilaterales para toda la década. Y al año siguiente, Rusia y Armenia firmaron un pacto de Asistencia energética contra anulación de la deuda. A cambio de la condonación de 100 millones de dólares de deuda, Erevan traspasaba el 80% del potencial energético armenio a manos rusas. En definitiva, no le faltó razón a Boris Gryzlov, presidente de la Duma rusa, cuando en a primavera de 2005 declaró sin tapujos que Armenia es un "puesto avanzado" de Rusia en la región.

Decir que los armenios están contentos con esta situación resulta equívoco. Por lo que parece están más hechos un lío, como se desprende de un interesante libro publicado hace pocos meses: Géopolitique de l´Arménie (Ellipses, Éditions Marketing, Paris, 2005) escrito por un inteligente analista armenio: Gaïdz Minassian. El autor distingue claramente entre los diferentes factores e intereses que intervienen en el contencioso armeno-turco, y también los diversos objetivos y problemas que manejan los actores en presencia: el gobierno de Erevan, los políticos, los nacionalistas armenios más duros o la diáspora con sus diversos grupos de presión. El diagnóstico que extra el propio lector es que la pequeña república se mantiene a flote con dificultades en un mar de contradicciones que nacen de los conflictos con sus vecinos, la geoestrategia del gas y el petróleo centrada en la región caucásica, la manipulación externa de sus problemas por las grandes potencias, el apoyo ruso y el equilibrio imposible que supone el deseo de conjugar el decisivo soporte ruso con el naciente interés occidental y el ingreso en la OTAN y la UE.

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martes, octubre 10, 2006

NOTA: En torno al auge de la derecha dura en Europa

Carta al director, rechazada por “El País”

cartasdeldirector@elpais.es
Dimarts, Octubre 10, 2006 5:47 pm
Estimado lector

Le agradezco el envío de su carta para su publicación en la sección de Cartas al Director. A pesar del interés de la misma, lamento que no haya sido seleccionada debido al exceso de originales que recibimos y a la falta de espacio.

Atentamente,

JAVIER MORENO
DIRECTOR


El rechazo podría estar relacionado con la información contenida en un artículo publicado en “La Vanguardia” a fecha 7 de octubre, 2006 (pag. 15): “Zapatero `descubre´a Benedicto XVI” - “El presidente elogia al Pontífice ante el estupor de algunos dirigentes socialistas – El pacto del 0,7% del IRPF marca una inflexión, aunque siguen las tensiones con la Iglesia – El PSOE toma nota de la crítica de Aznar al Papa por su prudencia ante las iras islamicas”. La Crónica de Enric Juliana / Madrid.

La publicación del artículo en el rotativo catalán podría tener algo que ver, a su vez, con gestos de simpatía tácticos, por parte del gobierno de Madrid, hacia el partido democristiano Convergencia i Unió, ante las próximas elecciones autonómicas en Cataluña, el próximo 1º de noviembre.

Carta remitida a “El País”, 2 de octubre, 2006

Debate sobre la marcha con un grupo de profesores de Ciencia Política de mi universidad. Conclusión unánime: el discurso del Papa fue elaborado por él mismo, no por un ayudante. Sabía lo que quería decir y conocía perfectamente los efectos que se iban a producir. Resultado: le ha salido bien la provocación calculada; ha renovado la moral y el apoyo de los sectores europeos más derechistas (algunos en forma de un conocido rebuzno) y de paso se ha metido en el bolsillo incluso a unos cuantos incautos de la izquierda. Cuando ya amainaba el temporal, en torno al estreno de la obra "Idomeneo" se refuerzan los resultados obtenidos, en la misma patria del papa y con el concurso de las fuerzas de derecha que gobiernan en el país. El problema es que, a la manera de un gigantesco turmix enloquecido, en la polémica se está mezclando todo: la inmigración, el islam, Turquía, la amplicación europea y hasta la libertad de expresión. El beneficiario de todo ello es la derecha, cuanto más ultramontana, mejor, pero con un nuevo discurso. Y en medio del ruido se va olvidando que también Indonesia es un país mayoritariamente musulmán, que en los Estados Unidos impartían docencia miles de profesores universitarios musulmanes, que musulmán es el presidente de la India o que ya hemos dejado de contar las muertes de inocentes que tienen lugar cada día en la guerra civil inducida de Irak. Esa matanza es perfectamente evidente pero no nos interesa, estamos más centrados en la de los armenios (cristianos), hace 90 años. En realidad, lo que preocupa en cancillerías y redacciones, y mucho, es que en pocos años los occidentales no sólo perderemos la hegemonía económica y militar ante las potencias emergentes sino también, ay, la informativa.

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viernes, octubre 06, 2006

El contencioso armenio-turco (2): Fisky bussines



Imagen superior: Un "commando" de guerrilleros bóers, 1901. Abajo, voluntarios armenios procedentes de los USA, antes y después de haberse alistado para luchar contra los turcos. Posiblemente se trata de combatientes de la guerra turco-armenia de 1920. De todas formas, uno de ellos muestra lo que, según Nogales, parece haber sido un arma muy característica de esas fuerzas ya en 1915: una pistola ametralladora Mauser.

Por lo tanto, Robert Fisk va y se deja en el tintero cualquier alusión a la carnicería del frente del Cáucaso durante la Gran Guerra. La razón es la de siempre: no le conviene a la delicada arquitectura de sus argumentos. Pero al hacerlo no le interesa tanto la causa que defiende, como llevar la razón. Prefiere suponer que sus lectores son unos incultos o que le aplaudirán absolutamente lo que diga, antes que cambiar una coma.

Desde la misma entrada del Imperio otomano en la Gran Guerra, el frente del Cáucaso se convirtió en una pesadilla. La temeraria ofensiva lanzada por el Tercer Ejército otomano a través de las montañas, en diciembre de 1914, con una temperatura de - 40º, fue una locura que se saldó con unas bajas devastadoras en la batalla de Sarikamiş. La destrucción de dos cuerpos de ejército completos supuso la pérdida de unos 140.000 hombres, entre muertos y prisioneros. Ni siquiera se llegó a aclarar cuál era el objetivo estratégico o político del ataque.


El aventurero y mercenario venezolano Rafael de Nogales combatió al servicio del Imperio otomano contra rusos e insurgentes armenios en el frente del Caúcaso. Su autobiografía, publicada en inglés, es una fuente muy interesante de detalles sobre el alcance real del alzamiento armenio en 1915 y las intenciones de las campaña de deportación. Se publicó en inglés bajo el título: Four Years Beneath the Crescent, Sterndale Classics, London, 2003

Un mes antes de esta temeraria aventura, nada más comenzar las hostilidades, en noviembre de 1914, empezaron a producirse incidentes en la inmediata retaguardia de las tropas otomanas que combatían en el Cáucaso. El alto mando temía el estallido generalizado de la insurgencia armenia, sobre todo cuando se produjo la catastrófica derrota de Sarikamiş y con los ejércitos Tercero y Cuarto severamente vapuleados. Eran muy escasas las carreteras en condiciones y las vías férreas que llegaban hasta aquellos apartados parajes, y las acciones guerrilleras podían dejar a las fuerzas otomanas peligrosamente desabastecidas. Finamente, en abril de 1915, unidades de insurgentes bien abastecidas por los rusos con armamento moderno, lograron tomar la ciudad de Van, al borde del lago homónimo. Aunque las tropas turcas alcanzaron a cercar la ciudad, los rusos consiguieron liberar a los atrapados armenios en mayo. Mientras tanto, en el vilayet de Van tenían lugar masacres indiscriminadas de población armenia, al parecer perpetradas por kurdos y circasianos.

El 24 de abril, a poco de haber comenzado la insurrección de Van, Enver Paşa, en su calidad de jefe del Estado Mayor otomano, emitió una directiva por la cual se instituía que los armenios constituían un peligro para el esfuerzo de guerra y se establecía un plan a fin de evacuar a la población civil de esa nacionalidad residente en los seis vilayets de Anatolia oriental, la localidad y comarca de Zeytun y el área al sur de Diyarbakır. Los armenios deberían ser trasladados a Irak, básicamente al valle del Eufrates, Urfa y Süleymaniye. La deportación no sería completa: el objetivo era reducir la población Armenia a no más de un 10% del total de turcos, kurdos y circasianos en las zonas afectadas.

Hasta qué punto esto fue una mentira de principio a fin y la verdadera intención de Enver Paşa fue liquidar a la población armenia en su conjunto, es materia de debate historiográfico. No para Fisk, por supuesto. Pero es que él se permite dar por buenas pruebas más que dudosas. En la página 452 de su libro, cita como verdad incontrovertible un telegrama de Talaat Paşa al gobernador de Alepo anunciándole la decisión gubernamental de liquidar a la población armenia. En realidad, se trata de uno de los documentos supuestamente recogidos durante el final de la Gran Guerra por un tal Aran Adonian, autor de una obra publicada en 1920, en francés e inglés, titulada: Las memorias de Naim Bey. Documentos oficiales turcos relativos a la deportación y masacre de armenios. El citado Naim Bey habría sido un funcionario otomano de Alepo, que tras la entrada de los ingleses en la ciudad, le cedió a Andonian los documentos incriminatorios. Sin embargo, nunca aparecieron los documentos originales, el mismo Andonian dijo que se había extraviado y en e libro se exhiben fotografías. Ni corto ni perezoso, Fisk le enmienda la plana al mismo Andonian y afirma que el telegrama citado por él es un documento original.

Pero en todo caso, en 1983 los historiadores turcos Şinasi Orel y Süryya Yuca publicaron a su vez un análisis que pretendía demostrar la falsedad de los documentos, analizando uno por uno. Entre ellos está el telegrama citado por Fisk. Desde entonces, la labor de Orel y Yuca ha levantado importantes dudas sobre la autenticidad de los “papeles de Andonian”. Ante eso, uno se puede alinear sin fisuras con la
facción más dura de la causa armenia y negar la negación denunciando a los historiadores turcos como unos repugnantes revisionistas. Es una opción más política que académica, pero moralmente lícita. Pero en el caso de Fisk, lo sintomático es que no cita para nada la procedencia de su telegrama, que es el número XIV de los expuestos en su día por Andonian. Él mismo es consciente de que esa documentación puede estar perfectamente falsificada.

Una vez más, una y otra vez, los viejos trucos de Fisk. Esconde bajo la alfombra aquello que no le cuadra; pero es muy consciente de por qué lo hace. Las deportaciones de población armenia degeneraron (o se convirtieron en) genocidio, fuera éste total o parcialmente planeado o más o menos involuntario. Ésta es la cuestión a debate, que incluso historiadores turcos como Taner Akçam están afrontando con valentía. Pero el problema es la gente como Fisk, que se entrometen con su santa ira, con el objetivo de demostrar que poseen la razón absoluta: y para ello no les importa dañar la causa que dicen defender. Porque entrar como un toro en una cacharrería, mezclar lo cierto con lo incierto o lo falso y eliminar lo que no cuadra en el rígido esquema, es la mejor manera de introducir dudas y restar credibilidad a largo plazo.

En su reputada obra dedicada a la Monarquía de los Habsburgo, 1809-1918, el historiador británico A.J.P. Taylor recuerda que el profesor Tomáš Masaryk, padre de la independencia checoslovaca tras la Gran Guerra, denunció la falsedad de unos manuscritos con poemas que los nacionalistas más fanáticos se empeñaban en datar en la Alta Edad Media (Rukopisy královedvorský a zelenohorský). Masaryk “creía que la nación checa sólo podía conseguir la libertad sobre la base de la verdad, especialmente la verdad de que los `derechos estatales´ de Bohemia eran una tradición gastada y artificial” (pag. 230).


No todo vale: Tomáš Masaryk, padre de la independencia checa, denunció que el recurso a la falsificación o la mixtificación pueden arruinar una causa política, lo cual le acarreó muchas enemistades en su propio campo.







Más recientemente, en la primavera de 2005, Enric Marco, el presidente y portavoz de la Amicale Mathausen fue desenmascarado como impostor por el historiador Benito Bermejo. Nunca había sido un deportado, nunca había pisado los campos de Flossenburg ni Mathausen. A lo largo de un cuarto de siglo dio conferencias, entrevistas, charlas en colegios, llegó a escribir una autobiografía y hasta se inventó un número de deportado: el 6.448. En su defensa, el anciano pergreñó una excusa patética: debía tenerse en cuenta que los horrores relatados eran ciertos y reales, aunque no los hubiera sufrido en sus propias carnes. Lo importante para él, decía, era
“difundir mejor el sufrimiento de las víctimas”. Por supuesto, nadie aceptó una lógica así.

Lo interesante aquí es considerar que Enric Marco, como muchos periodistas-azote, se llegó a creer su propia excusa. Prescindiendo de los medios, el fin se convierte en una causa legítima desde el mismo momento en que el agitador vanidoso lo elige por bandera, mientras que la causa real es él mismo. ¿Es una planteamiento válido? En 1917, Marcel Duchamp revoluciomó el mundo del arte cuando presentó en la galería Grand Central de Nueva York un
urinario como si fuera una obra escultórica. El escándalo fue mayúsculo, pero el argumento era una verdad como un puño, porque Duchamp rechazaba que el arte y el artista poseen una “naturaleza especial”. La mercantilizada sociedad del siglo XX, con el respaldo de los medios de comunicación, había llegado a asumir que un creador convierte en artística cualquier cosa que fabrica con sus manos o designa como tal.

Como tantos otros periodistas-azote, Robert Fisk está tan imbuido del equivalente periodístico de esta idea que denunciaba Duchamp, que ni se molesta en disimular sus contradicciones. Lo que él designa como causa justa con su dedo justo y genial, lo es sin lugar a dudas. En la página 488 de su libro, nos cuenta que Neil Frater, un funcionario del Ministerio del Interior británico, perteneciente a la denominada Unidad de Igualdad Racial, rechazó por carta la petición de un empresario francés de origen armenio en la cual pedía que el gobierno de Londres concediera el mismo trato ceremonial al Holocausto judío y al genocidio armenio. A Fisk le escandaliza que Frater respondiera que el gobierno británico había considerado también las peticiones de considerar otas atrocidades tales como “las cruzadas, la esclavitud, el colonialismo, las víctimas de Stalin y la guerra de los bóers”. Ante lo cual Fisk apunta caústicamente: “El genocidio armenio se encontró de pronto colocado por el gobierno junto a la guerra emprendida por el papa Urbano II en el siglo XI contra los musulamanes de Oriente Próximo”. Y añade que el principal del Colegio Evangélico Armenio de Beirut, deplorando la respuesta de Frater, “sostuvo de modo convincente” [sic] que “cualquier conmemoración seria debe incluir la etiología del genocidio, en particular los del siglo XX, sobre todo si el olvido de uno alentó el siguiente”.

Por lo tanto, el principal del Colegio Evangélico Armenio estaba señalando muy claramente (aunque es posible que no de forma consciente) a la guerra de los bóers que Frater citó en su carta y que Fisk evitó muy cuidadosamente considerar en su libro, dirigiendo su santa ira hacia el absurdo de tomar en consideración las cruzadas.

La Segunda Guerra de los Bóers se desarrolló en el tránsito exacto del siglo XIX al XX: 1899-1902 y fue provocada por un problema de inmigración masiva: miles de ingleses habían llegado al Transvaal, tras el descubrimiento en 1887 del mayor filón de oro del mundo, en Witwatersrand. El Transvaal era una suerte de gobierno autonómico de los bóer o afrikaner, es decir, colonos de origen holandés, que los británicos habían reconocido tras las humillaciones militares sufridas durante la Primera Guerra de los Bóers (1880-1881). A finales del siglo XIX, las autoridades bóer del Transvaal negaron derechos electorales a la población inmigrante británica e impusieron pesadas cargas fiscales sobre la extracción de oro en las minas de Witwatersrand. En plena era del imperialismo, la respuesta de los británicos fue la esperada: autoridades coloniales y propietarios de minas se las arreglaron parar provocar una guerra destinada a anexionarse las repúblicas bóer.













"La proverbial caballerosidad del soldado británico", es el título de esta caricatura publicada por la prensa francesa a comienzos de siglo XX. La imagen intenracional de Gran bretaña durante la Segunda Guerra de los Bóers quedó muy deteriorada por los excesos cometidos contra la población civil en el proceso de la campaña contrainsurgente.


Pero no fue un paseo militar. La primera fase de la Segunda Guerra de los Bóer (octubre-diciembre, 1899) resultó un rosario de humillaciones para el Ejército británico. Después, a partir de febrero de 1900, la llegada masiva de refuerzos cambió el signo de la guerra. En junio, la invasión de las repúblicas bóer se había consumado. Pero entonces, estos pusieron en marcha una guerra de guerrillas que volvió a descolocar a los británicos durante meses, de forma similar a como lo harían los insurgentes armenios con las tropas otomanas quince años más tarde. Durante la campaña contra los “commandos” o grupos de combatientes bóers, los invasores desarrollaron todo el arsenal de medidas anti insurgencia que devendrían clásicas en el siglo XX (algunas, todo hay que decirlo, inspiradas en las que habían aplicado los españoles en Cuba, pocos años antes). Entre ellas, la apertura de campos de concentración: hasta 45 para la población blanca bóer y 64 para africanos. La gran mayoría de esos establecimientos acogían a ancianos, mujeres y niños, dado que los hombres eran mayormente combatientes y fueron internados en otro tipo de campos, casi todos en el extranjero. Allí, la mala alimentación, las deficientes condiciones higiénicas y la carencia de atención médica provocaron la muerte a un total de 27.927 internos, de los cuales 22.074 eran niños menores de 14 años, además de unos 20.000 africanos negros. Desde luego, no son cifras absolutas comparables a las de armenios muertos en 1915. Pero en términos relativos suponen que un escalofriante 25% de los bóers internados (niños, en su inmensa mayoría) murieron en los campos. Los datos no hacen referencia a los fallecidos con posterioridad, como consecuencia de las secuelas del internamiento.


Imagen superior: niño muerto de inanición en un campo de internamiento británico para población civil bóer. Abajo: víctima infantil de la deportación armenia, 1915

Así que, por mucho que le remueva su particular vena nacionalista a Robert Fisk, la masacre de población civil bóer en 1900 fue el primer genocidio del siglo XX. Es cierto que una comisión del gobierno británico visitó los campos en 1901 y a finales de año logró reducir la tasa de mortalidad. Pero el mal estaba hecho, fuera de quien fuera la responsabilidad y su intención real, asunto sujeto a debate, cómo no. En cualquier caso, aún hoy se pueden rastrear por la red una serie de webs que piden limosna de recuerdo histórico para un genocidio que políticamente no conviene recordar.

Por lo tanto y en definitiva, ahora que el Parlamento Europeo ha retirado de su último informe (27 de septiembre) la exigencia de que el gobierno de Ankara reconozca el genocidio armenio como condición para el acceso a la Unión Europea (dado que, lógicamente, “no constituye formalmente uno de los criterios de Copenhague como tal”) quizá sería el momento de que el gobierno turco ofreciera un compromiso formal para el debate del asunto en el marco de una magna conferencia sobre los genocidios europeos en el siglo XX: aquellos que los franceses cometieron en Argelia, Madagascar y otras colonias, los campos de concentración bóer y otros abusos firmados por las autoridades británicas, los excesos llevados a cabo por los holandeses en las entonces Indias Orientales (aquí no se libra nadie), los italianos en Etiopía y Libia, y tutti quanti. Eso si: la conferencia de expiación colectiva debería celebrarse tan pronto Turquía accediera como miembro de pleno derecho a la UE, y no antes. De esa forma, los turcos asumirían sus culpas junto con las de sus hermanos europeos. No hace muchos días, el director de cine polaco Krzysztof Zanussi comentó en una entrevista que el genocidio armenio fue el primero del siglo XX: “Y eso indica que Turquía formará parte de la Unión Europea” (“El Periódico”, domingo 24 de septiembre, 2006, contraportada, entrevista de Arturo San Agustín). En muchos aspectos, una respuesta con la cortante precisión de un bisturí.

Volviendo brevemente al periodista-azote protagonista de estos post, el ninguneo del genocidio bóer indica bien a las claras que Fisk está tan pagado de sus argumentos que no siempre se molesta en esconder las contradicciones que potencialmente –más allá de los lectores que él parece considerar verdaderos tontorrones- dan pie al fiskeo e invalidan sus tesis. Quizás está tan satisfecho de haber originado un término como “fisking”, que se esfuerza en promoverlo.

Pero, en todo caso, no quiere oir hablar de otras propuestas de genocidio que rebajen su idea (en absoluto original) de equiparar el Holocausto judío a un hipotético Holocausto armenio. Y eso es así, porque sabe perfectamente que hablar de un Holocausto ucraniano, polaco, bóer, herero, indio, pakistaní, y todos aquellos de la interminable lista del siglo XX, rebajaría la graducación de su brillante propuesta. El problema está en que Fisk, como periodista-azote devoto de él mismo como su propia causa, ni siquiera se detiene a considerar el daño real que puede hacerle a aquellos que dice defender. Resulta evidente que el gobierno israelí se cierra a la posibilidad de asimilar oficialmente la Shoah judía al genocidio armenio. Hay razones variadas para ello, todas de peso. Pero una a considerar es la viga que cuelga en el ojo de Fisk: a él se le antoja que las consideraciones de los diversos genocidios del siglo XX, a la misma altura que el judío y el armenio, degradan su trágica exclusividad histórica. Y las autoridades israelíes –y muchos judíos- consideran con bastante lógica que la consideración de otros genocidios al mismo rango, degradan la exclusividad histórica de la Shoah. De momento las cosas están así y la victoria obtenida por Fisk consiste en haber logrado cambiar las reglas de estilo de su periódico: en “The Independent” se escribe Holocausto armenio con mayúscula.

Pero el problema va más allá. ¿Qué ocurriría si tras este asunto se anduviera gestando desde hace tiempo una campaña de la derecha dura europea –incluso la extrema derecha- para equiparar a todos los efectos la Shoah judía, el genocidio armenio y el
Holodomor o genocidio ucraniano de 1932-1933? Pues ocurriría que la culpa de los nazis quedaría relativizada en virtud de que tanto los bolcheviques rusos como los turcos (pueblo musulmán) también habrían cometido similares crímenes, pero con menor eco histórico. Y además, los judíos no serían las únicas víctimas con derecho a reclamación universal, sino también los armenios, es decir, pueblo cristiano, no lo olvidemos. Que además aportó voluntarios a las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, cosa que recuerdan complacidos algunos foros neonazis. Decididamente, los periodistas-azote pueden conseguir que las cosas vayan a peor.

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jueves, octubre 05, 2006

El contencioso armenio-turco (1): Un ejercicio de fiskeo




Robert Fisk, clásico periodista-azote: encantado de haberse conocido


Me resistí durante bastante tiempo a comprar el voluminoso libro de Robert Fisk, La gran guerra por la civilización. La conquista de Oriente Próximo (Destino, Barcelona, 2006). Aunque recuerdo algunos artículos interesantes de Fisk referidos a las guerras balcánicas, no me cuento entre los admiradores del conjunto de su obra. Pero aún así, no poseía una razón muy precisa para tal actitud, al margen del precio que supone un mastodonte editorial de mil y pico páginas. Muy posiblemente, en el fondo latía una desconfianza bastante fundada hacia los periodistas que se empeñan en escribir mucho, y no contentos con ello editan enormes volúmenes con sus aventuras personales. Los libros de memorias periodísticas, son similareas a las que escriben los políticos al final de su vida activa. Hay ahí un desesperado y molesto intento por justificarse y sobre todo, por tener razón, siempre y en todo momento.

Pero al fin y al cabo, un político es un protagonista, mientras que un periodista, en principio, es un observador. Mal asunto si va de agitador político; y peor aún si pretende envolver el correspondiente panfletito con justificaciones académicas. Un periodista no es nunca “un soldado del pequeño ejército de historiadores que escriben la historia al pie del cañón”. O mejor dicho: puede que algún día los “soldados de la prensa” fueran eso que dice admirar Fisk: durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los órganos de prensa eran una extensión de las oficinas de propaganda gubernamentales. Pero eso ya queda un poco lejos en el tiempo. Recordemos brevemente a Jorge M. Reverte en Perro come a perro: los medios de comunicación son empresas, son negocios, incluyendo el maravilloso “The Independent” para el que trabaja Robert Fisk. Y en ese sentido,
citando a Reverte, “la buena marcha de un periódico se centra cada vez más en la demanda, es decir, en la capacidad para interpretar los deseos del público como elemento que desplaza al impulso de contar bien la realidad y proporcionar los elementos necesarios para su análisis”. Por lo tanto, el periodista profesional no debería jugar a ser un agitador de masas; su producto deber ser variado y fresco, y no pesadas tartas a medio cocinar llenas de espesantes y edulcorantes.

Pero si es así, si el plumilla se convierte a su propia religión privada y vierte en ella artículos de fe, jaculatorias, mantras y excomuniones, entonces deviene un “periodista azote” (“professional journalistic scourge”). Este tipo de profesional de la prensa, que existe en casi todos los medios, se identifica por defender ferozmente su propia causa, que es literalmente su propia causa, aunque pueda parecer que se trata de una opción política o ideológica determinada. Justamente por eso, suele ser un problema para la causa concreta que dice defender, porque lo importante para él es llevar siempre la razón. Como no acepta la crítica ajena, ni se aplica jamás la autocrítica, la contumacia funciona como una apisonadora que llegado el caso y si la vanidad del periodista azote lo reclama, puede incluso pasar por encima de los pobres defendidos. En último término, este tipo de actitudes –en el fondo tan aburridas para el lector común- se sustentan sobre un público fiel que aplaudirá a rabiar cualquiera de sus exageraciones, distorsiones o tergiversaciones.

Desde ese punto de vista, Robert Fisk es uno de los más célebres “periodistas azote” de Europa. Tanto es así, que su controvertida labor ha generado una expresión: “fisking”. El término se ha vuelto tan usual que incluso posee una entrada propia en Wikipedia, que incluye una breve historia del mismo (ya se remonta a 2001) y propuestas para varias definiciones. Se ha impuesto la
siguiente: "A point-by-point refutation of a blog entry or (especially) news story. A really stylish fisking is witty, logical, sarcastic and ruthlessly factual; flaming or handwaving is considered poor form. Named after Robert Fisk, a British journalist who was a frequent (and deserving) early target of such treatment."

Por mi parte, me permito añadir mi propia definición, que además ofrezco traducida al inglés, a mayor gloria de la blogsfera:

Fisking: to uncover the conceptual legerdemain of a professional journalistic scourge in the most elegant and concise manner possible”.

Y ya para utilización del público hispanohablante: “Fiskeo: acción de poner en evidencia los manejos argumentales del periodista azote de la forma más elegante y concisa posible”. Y para rematar la oferta, la acompaño con un (relativamente) breve ejercicio de fiskeo relacionado con la percepción que el mencionado autor ofrece del célebre contencioso historiográfico (y ya político) del comúnmente denominado genocidio armenio de 1915, recogido en el capítulo 10, páginas 450-500 del ya citado grueso volúmen.

A diferencia de otros capítulos, en éste el autor va muy rápidamente al grano, ya desde el mismo título. Fisk se vuelca en demostrar que el Holocausto de los judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, es heredero directo del genocidio cometido por las fuerzas de seguridad otomanas durante la contienda anterior, en 1915. En realidad, Fisk insiste obsesivamente en ese esquema porque, según él, las matanzas de armenios constituyen un verdadero Holocausto, con H mayúscula, digno de figurar junto al judío en todas las conmemoraciones habidas y por haber, año tras año, urbi et orbi.

Forma parte de la teoría expuesta por el periodista británico el hecho de que la liquidación masiva de poblaciones armenias en la primavera de 1915 fue una decisión tomada con premeditación por las autoridades otomanas en un paralelismo casi exacto con el proceso de “Solución Final” de los nazis alemanes con respecto a los judíos. En palabras del mismo Fisk: “El paralalelismo con Auswichtz no es frívolo. El reinado del terror de Turquía contra el pueblo armenio fue un intento de destruir la raza armenia” (pag. 452). Obsérvese la forma de manejar el lenguaje: no habla de las autoridades del Imperio otomano, sino de Turquía; y menciona a la “raza armenia” como presunta definción ajena, dado que él habla del “pueblo armenio”.

En su intento de establecer paralelismos entre la Solución Final y la liquidación de las poblaciones armenias en 1915, Fisk no duda en hacer juegos malabares con detalles grotescos. Por ejemplo, nos explica que “a ochenta kilómetros al norte de la fosa común de Margada [en Siria] se encuentra otro pequeño Auschwitz, una cueva a la que los soldados turcos llevaron a miles de hombres armenios durante las deportaciones. Boghos Dakessian y yo la encontramos con bastante facilidad en medio de lo que es hoy un campo petrolífero sirio (…) Se extendía a lo largo de un kilómetro bajo tierra. “Aquí mataron a unos cinco mil de los nuestros –dijo Dakessian con cierto disgusto de estadístico ante la imprecisión-. Los metieron en la cueva y luego encendieron una hoguera aquí, en la entrada, y llenaron la cueva de humo. Se asfixiaron. Tosieron y tosieron hasta morir”.

“Hicieron falta varias segundos para que el significado histórico de todo eso se hiciera evidente” –continúa Fisk dejando en suspenso al lector y dándole una breve ventaja para que haga un esfuerzo y se sitúe a su mismo nivel deductivo. “Ahí, en el frío y árido desierto, los turcos habían convertido esa hendidura en la corteza terrestre en la primera cámara de gas del siglo XX. Los principios básicos del genocidio tecnológico empezaron ahí en el desierto sirio, en la minúscula boca de esa cueva inocente, una cámara natural excavada en la roca”.

Como quedó claro en la definición, el fiskeo no debe ser demasiado prolijo, porque entonces se puede hacer tan aburrido o fastidioso como el texto fiskeado. Eso resulta un poco frustrante, porque el autor recurre a un arsenal argumentativo tan grotesco como divertido, al forzar paralelismos imposibles. Por ejemplo: un padre de familia armenio decide tatuar las iniciales de la familia en los brazos de sus hijos por si se perdieran en el marasmo de la deportación. “Identidades tatuadas”, deja caer Robert Fisk sin más comentarios, guiñando el ojo a su público. No lo explicita, pero se refiere, como no, a la identidad numérica que los nazis tatuaron a los judíos internados en los campos de concentración. ¿También se inspiraron en el caso de la familia Papazian que el periodista descubre en una perdida aldea siria en el año 1992? Sus lectores más crédulos e incondicionales cerrarán los puños y lanzarán un entusiasta: "¡Si!" Muchos de los demás se quedarán con la duda. Y el truco ha funcionado una vez más.

Detalle de los planos del arquitecto Werkmann para el edificio de los hornos crematorios de Auschwitz, proyecto inspirado a su vez en el del ingeniero Prüfer. Noviembre de 1941. Ilustración reproducida en el libro citado de Jean-Claude Pressac


Si Robert Fisk representa al periodismo de investigación británico, desde luego éste no queda muy bien parado. Nuestro autor parece desconocer las obras más elementales sobre la tecnología del Holocausto. O no leyó la obra de Jean Claude Pressac en la que relata minuciosamente el proceso de planificación y construcción de las cámaras de gas con todos los problemas técnicos y soluciones que les supuso a sus creadores: Les crématoires d´Auschwitz. La machinerie du meurtre en masse (CNRS Éds., Paris, 1993). No menciona ni media palabra sobre la polémica Daniel Jonah Goldhagen vs. Christopher Browning en torno a las raíces sociales genuinamente alemanes del Holocausto. Y posiblemente prescindió de echar un vistazo a las últimas investigaciones, serias y académicas, sobre los orígenes precisos de la decisión y planificación de la Solución Final.

Este es el gran problema de Fisk: tergirversa en profundidad, sugiere pistas que no verifica y esconde lo que no le conviene. Y riega todo ese menú con una sabrosa salsa de santa indignación. Porque Fisk, como buen periodista azote, es un autor “enragé”. De esa forma, consigue atemorizar al lector, que inconscientemente renuncia a polemizar con él, incluso en la invulnerable intimidad del café con leche mañanero. Y por otra parte, ¿cómo iba a mentir un hombre tan bien intencionado, tan absolutamente imbuido de razones, que su certidumbre se transforma en cólera divina? Pues sí. Lo hace.

La primera decepción llega pronto, ya en la página 455. Robert Fisk está tan embebido en el esfuerzo de demostrar que las autoridades otomanas anticiparon punto por punto lo que harían los nazis alemanes un cuarto de siglo más tarde, que no duda en esconder bajo la alfombra lo que no cuadra en su esquema. Es decir, miente por omisión. Y ahí se le ve la huella del oficio, porque éste es un tipo de falsedad más propio de un periodista o un político que de un académico. Regresemos a las técnicas del fiskeo clásico. A la hora de explicar por qué las autoridades otomanas deciden organizar la deportación masiva de armenios en la primavera de 1915, afirma que ello fue debido a que “alentados por su victoria sobre los aliados en los Dardanelos, los turcos se lanzaron sobre los armenios”. Y a continaución se apoya en Winston Churchill: “Bien pudiera ser que el ataque británico en la península de Gallípoli estimulara la implacable furia del gobierno turco”. Apostilla que la obra de referencia es La crisis mundial, “un libro casi tan olvidado hoy como los propios armenios”. Es lógico: fue publicado en 1927, y por entonces, Winston estaba muy interesado en justificarse, dado que la operación de desembarco en Gallípoli fue una idea suya, y suyo el bochorno consiguiente. Con la frase barre hacia su casa. Es como si argumentara: “Si la operación hubiera sido bien ejecutada o se hubiera llevado hasta el final, se hubiera posido evitar la masacre de los armenios”. O también: “El desembarco afectó de forma sustancial a los turcos, no fue una nadería”. Para Frisk la clave está en que “sin duda”, la victoria de los Dardanelos sobre los ejércitos británico y australiano “proporcionó al régimen turco una renovada y decidida confianza”.


Conocida fotografía de Mustafa Kemal en las trincheras de Gallípoli, donde comandó la 19ª División. La carencia de reservas y artillería llegó a ser tan crítica que en una ocasión se utilizaron cañones sacad0s del Museo Militar de Estambul.

Cuesta creer que en este caso Fisk no se haya tomado la molestia de comparar los datos cronológicos más elementales. Los desembarcos en Gallípoli se iniciaron el 25 de abril de 1915, mientras que las órdenes para iniciar las deportaciones de población armenia se dieron el 25 de mayo de ese mismo año. Por entonces, el régimen otomano no vivía en un estado de “decidida confianza” sino todo lo contrario: el Ejército estaba con el agua al cuello en Gallípoli, aguantando con dificultad y enormes bajas los ataques de las fuerzas anglo-australianas y neozelandesas (ANZAC). Todo esto sucedía muy cerca de Estambul. Y por cierto, vale la pena decir que las tropas que defendían la zona no eran “turcas”, calificativo abusivamente urilizado por Fisk, sino otomanas, en el sentido de que los integrantes de las divisiones presentes en la zona eran turcos y árabes.

Gallípoli no era el único problema serio de la Sublime Puerta. Justamente, el 14 de abril de 1915 el Imperio británico lanzaba otro ataque contra el Imperio otomano con fuerzas anglo-indias desembarcadas en Mesopotamia (actual Irak) ya en noviembre del año anterior. El ataque, que amenazaba con tomar Bagdad, no fue detenido hasta finales abril de 1916, por lo que tampoco pudo insuflar mucha confianza a los responsables de las deportaciones armenias. Pero lo que llama poderosamente la atención es el espectáculo de todo un Robert Fisk “olvidando” de forma flagrante (y evidentemente interesada) los muy duros combates que libraron las fuerzas otomanas contra el Ejército ruso y fuerzas irregulares armenias en el frente del Cáucaso; y que precisamente, estos sí, estuvieron en relación directa con la decisión otomana de organizar las deportaciones de población armenia. Decididamente, fiskear a Fisk resulta un ejercicio bastante sencillo. Quizás de ahí proviene la popularidad del término.

(continuará)

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