domingo, noviembre 12, 2006

El turco



El pasado sábado día 11 de noviembre comenzó a distribuirse en las librerías españolas la obra: El turco. Diez siglos a las puertas de Europa (Editorial Debate, 2006) de la cual es autor quien redacta este mismo post. El recurso a escribir “el turco” con minúscula no es casual y desde luego no posee ninguna connotación agresiva o despectiva: no es un libro sobre el Imperio otomano, lo que justificaría referirse al Turco o el Gran Turco; se trata de una historia general de ese pueblo desde sus orígenes. En realidad, la obra está centrada en el periodo que abarca desde la conquista de Anatolia por los selyúcidas y turcomanos (1071) hasta la admisión oficial de Turquía como candidato a la Unión Europea, en octubre de 2005.

El libro pretende ser un manual de historia, estructurado en base a la sucesión cronológica de los diversos periodos. Y como de hecho se trata un enorme lapso de más de once siglos de extensión, el lógico resultado final ha sido un volúmen de 574 páginas, 41 capítulos y más de 800 notas que incorporan referencias a obras clásicas y sobre todo, a las últimas innovaciones bibliográficas sobre historia de los selyúcidas, el Imperio otomano y la República turca. El abanico de temáticas que se estudian es enorme y abarca desde los orígenes del sufismo turco hasta la desconocida historia de los misiles Júpiter en Turquia (1961); estudia las claves del sistema timar en los años de auge y decadencia del imperio y la importancia de la Teoría Solar del lenguaje impulsada por Mustafa Kemal; se explican los problemas que comportaban la utilización de galeras o el significado de la “burguesía verde” en la Turquía actual; se debaten las claves del denominado genocidio armenio pero también los mitos del alzamiento árabe durante la Gran Guerra. Se describe con detalle el decisivo papel de Turgut Özal y se realzan episodios olvidados, como la buscada alianza entre islam y protestantismo en tiempos de Lutero y Solimán el Magnífico; se le dedica un espacio a la justificación teológica del sultanato, ya en el siglo XI o la de la democracia en el Coran, por el Joven Otomano Namık Kemal, durante la segunda mitad del XIX. No se olvidan cuestiones como la influencia de la francmasonería en el esfuerzo reformista de los otomanos durante ese mismo siglo o el decisivo papel de los turcos durante las cruzadas. Esto no es sino un sucinto muestrario de las numerosas e interesantes sujetos que se exploran a lo largo del libro. Pero si hubiera que trazar un guión esencial sobre el contenido de El turco sería el que sigue a continuación, extraído del epílogo del libro.



Derviches sufis en trance. El sufismo ha tenido desde siempre y hasta nuestros días un peso muy destacado en la cultura religiosa turca.




El primer estado otomano creció durante un siglo como una entidad geográfica que abarcaba Anatolia occidental y los Balcanes, esto es, con una factura netamente europeísta que se completaba con el establecimiento de la primera capital en la ciudad de Edirne, la antigua Adrianápolis. Esa tendencia llegó a su culminación con la captura de Constantinopla y su entronización como capital del nuevo Imperio otomano, cuyas fronteras, a finales el siglo XV se podían superponer a las del Imperio bizantino. De hecho, Mehmed II consideró devenir un nuevo César, mientras que el filósofo Jorge de Trebizonda soñaba con convertirlo al cristianismo. Su sucesor, Bayezid II continuó hasta cierto punto con esta tendencia al impulsar el compendio de la denominada “ley otomana” o Código de 1499, que no era sino un completo sistema legal que, sin dejar de poseer una fundamentación religiosa teórica, de hecho había sido impulsada por el propio sultán con el fin de resolver una larga serie de problemas prácticos derivados de la creciente extensión del imperio y de los complejos problemas que ello generaba.

Esta temprana tendencia a la creación de un imperio otomano “europeísta” o “renacentista” se truncó a comienzos del siglo XVI debido a la amenaza que supuso la aparición al Este del movimiento chií de los safávidas, en Irán. La amenaza de contagio a través de Anatolia obligó a los otomanos a reaccionar volviendo sus ojos hacia Oriente, lo que desencadenó una serie de acontecimientos que llevaron a Selim I a ampliar las fronteras del Imperio incluyendo Egipto y los Santos Lugares de Arabia. Eso implicó la “arabización” del Imperio otomano y su crecimiento territorial y poblacional hasta unos extremos tales que se impuso la homogeneización ideológica, legal y administrativa de todo el conjunto. Esa obra la llevó a cabo Süleyman Kanuni, el “Legislador”, como se conoce en Turquía a Solimán el Magnífico, y se basó en la ortodoxia suní pero dictando él la ley como sultán, no como califa que no era. Además, una vez conquistadas Medina y La Meca y aplastado el rival mameluco, poco quedaba por hacer en Oriente; y por consiguiente y también bajo Solimán el Magnífico, retornó la vocación expansionista por Europa y de nuevo la tentación cesárea: recordémoslo luciendo una corona copiada de la que poseía Carlos V ante las murallas de la Viena, sitiada en 1529.

Es interesante recordar estos datos cuando algunos periodistas o politólogos escasamente avezados argumentan que el estado laico actual es obra de Mustafa Kemal Atatürk por imposición dictatorial y bajo la vigilancia constante de las fuerzas armadas. Eso es olvidar que ni Selim I, ni Solimán el Magnífico, ni sus sucesores, reivindicaron el título de califa, lo que cuestiona frontalmente la definición del estado otomano como “teocrático”. Califato y sultanado se unieron finalmente en el sultán Aldülhamid I a partir de 1774, pero con un objetivo estratégico bien concreto: responder a las nuevas potencias imperialistas occidentales en sus mismos términos. Si se erigían en protectores de las minorías cristianas en el Imperio otomano, el sultán-califa podría hacer lo mismo con los musulmanes de los imperios rivales; esa amenaza fue explotada a fondo por Abdülhamid II un siglo más tarde y ciertamente causó preocupación en San Petersburgo, Paris o Londres.


Solimán el Magnífico tocado con un atributo muy poco islámico: la corona que pretendía competir con la de Carlos V. El gran sultán otomano se planteó asumir el rol de emperador una vez tomada Viena (1529 ó 1532), una tentación que también tuvo su predecesor, Mehmed II, tras conquistar Constantinopla.


Mientras tanto, uno de los logros de las Tanzimat fue la creación del Mecelle, el código civil compilado por el jurista Ahmed Cevdet Paşa en el que se conjugaban eficazmente la Şeriat o ley islámica con la inspiración en la muy laica jurisprudencia francesa. Por lo demás, las Tanzimat, con todos sus tiempos muertos e indecisiones, lograron occidentalizar por primera vez un estado musulmán e implantar un sistema educativo laico notablemente abierto a influencias europeas. Al otro lado, en las filas de la oposición más activa, la que consideraba que las Tanzimat era sólo unas mascarada para contentar a las grandes potencias, los Jóvenes Otomanos, intelectuales y conspiradores, muchos de ellos fervientes positivistas, lograron justificar teológicamente la implantación de un régimen parlamentario en el contexto de un estado islámico a partir de la meşveret. Finalmente, la revolución de los Jóvenes Turcos trajo consigo en 1908 un régimen que si bien devino impopular y hasta antipático por sus excesos y por haber hundido al Imperio durante la Gran Guerra, adelantó medidas que impondría definitivamente Mustafá Kemal a partir de 1923. Por lo tanto, el islam turco fue, durante once siglos, un verdadero laboratorio; eso es algo que se suele olvidar, de forma muy interesada, un siglo y pico más tarde, porque justamente continúa desempeñando esa misma función.

A comienzos del XXI, el miedo a que la Turquía surgida de las elecciones de 2002 termine convirtiéndose en una república fundamentalista islámica es otro de los prejuicios habituales entre los denostadores de su candidatura a la UE o incluso aquellos que no terminan de verla clara. Contempladas las cosas en negro sobre blanco, el Partido de la Justicia y el Desarrollo es percibido como islamista. Sin embargo, también es factible considerar que la victoria electoral de esta formación y sus logros en la denominada “Turkestroika” –el proceso de adaptación legal, económico e institucional al acervo comunitario- no son sino fruto de una evolución histórica natural que tiene fundamentos perceptibles en el pasado remoto, y forma parte de una línea política muy viva que arranca de 1950. Porque en realidad, el partido de Erdoğan es un conglomerado social e ideológico que conjuga al islamismo moderado con el conservadurismo político de derechas y el neoliberalismo; es decir, está más emparentado con las ideas de Menderes, Demirel y Özal que con las de Erbakan.

Por otra parte, la situación política en Turquía en noviembre de 2002 era reflejo de una estructura social compleja articulada en torno a una clase media bicéfala. De un lado, la burguesía funcionarial, nacionalista y laica, un grupo muy extenso y relacionada con el servicio al estado, del otro, la nueva clase media de musulmanes practicantes y políticamente conservadores, que gira en torno al mundo de los negocios y que surgió con gran fuerza en Anatolia central durante la era Özal.


Una desaparecida variedad de tulipán, por las que pujaban las mayores fortunas del Imperio otomano en tiempos de la Lale Devri. La lámina, pintada por un artista de palacio, se remonta a 1725



La gran sorpresa del otoño de 2005 fue constatar que un número creciente de turcos expresaba sus reservas hacia la posibilidad de que su país ingresara en la UE; pronto llegaron al 37%, incluso más. Pero poseía su lógica social: la burguesía de cultura laica que vive mayoritariamente del servicio al estado, sabe que el ingreso en el club europeo significa privatización y recorte de gastos y empleos en el sector público. Las clases medias de militancia islamista temen que una vez dentro de la UE sus negocios se vean afectados negativamente de formas diversas: competencia de los socios comunitarios, barreras con los clientes habituales del Próximo Oriente, una más estricta supervisión de las condiciones laborales, encarecimiento de la producción y muchas otras más. En todo caso, la clave social posee una particular relevancia a la hora de entender aspectos centrales de la historia moderan y contemporánea, otomana y turca.

En el siglo XVII, cuando ya comenzaba a quedar claro que el impulso expansivo del Imperio se había detenido, los escasos hombres de estado con espíritu y energía reformadora sólo aspiraban a que las estructuras clásicas otomanas, políticas, militares, administrativas y económicas, volvieran a funcionar, y eso sólo con los oportunos parcheados. Pero llegados a ese punto, las diversas y a veces antitéticas fuerzas autónomas que habían contribuido a expandir el Imperio desde el siglo XIV, sólo deseaban ser piezas inamovibles del estado, con derecho a renta perpetua: desde los jenízaros a los marinos piratas, los sipahis o los kapıkulları que ya formaban una casta deseosa de autoperpetuarse mezclándose con los restos de la oligarquía otomana tradicional. O bien se convirtieron en elementos sospechosos: los griegos, armenios, judíos, las cofradías sufis, todos aquellos sectores sociales francamente heterogéneos que en su momento tanto habían contribuido a la expansión. El Imperio otomano devino un tinglado burocrático, ideológicamente ortodoxo y rígido, centrado en sobrevivir en un entorno cada vez más difícil, en el que ya no era posible tomar la iniciativa y aniquilar a los enemigos uno a uno; y eso lo paralizó hasta convertirlo en el Hombre Enfermo. En cierta manera, el talón de Aquiles del Imperio otomano podría ser el de la Turquía actual: la incapacidad para conjuntar intereses diversos sólo llevaría a conflictos insalvables a medio plazo. El estado o la economía no pueden ser patrimonio exclusivo de una clase o un grupo social determinado, aunque sea mayoritario.

A lo largo del siglo XIX, el fracaso en la articulación de una clase media multiétnica estuvo muy relacionado con el debilitamiento y posterior destrucción del Imperio. La socióloga Fatma Müge Göçek analizó con precisión los sucesivos abortos de las clases medias griega y armenia y apuntó el peligro inherente a que termine ocurriendo lo mismo con la kurda. Las Tanzimat habían tenido un enorme protagonismo en el surgimiento de una importante clase media centrada en el servicio al estado. Turcos y musulmanes en su gran mayoría, nunca favorecieron el acceso de griegos o armenios, pero esa situación tampoco facilitó la aparición de una burguesía comercial o financiera turca. Y de otra parte, la fragmentación étnica evitó el desarrollo de un mercado global y una acumulación de capital que sí se dio, aunque fuera a escala reducida en otros grandes imperios de estructura social similar, como el austro-húngaro o el ruso.

El debate sobre las causas que impidieron una revolución industrial en el Imperio otomano no está muy trabajado por los historiadores especializados y por lo tanto no se ha llegado a conclusiones claras. En cambio, si ha tenido éxito la vinculación del fallido proceso con un supuesto fracaso histórico a gran escala del proceso de modernización social, tecnológico y económico en los estados musulmanes. La obra de Bernard Lewis: ¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Medio, obra comentada en el cuerpo del libro, personifica una forma de plantear el problema muy de moda a comienzos del siglo XXI, y que incluso ha inspirado la tesis del “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington, o ha servido para justificar la intervención norteamericana en la zona. Sin embargo, este tipo de planteamientos olvida interesadamente el éxito final de países como la musulmana Indonesia o la misma Turquía. También olvida, interesadamente, que la decadencia del Imperio otomano tuvo muy poco que ver con los asuntos religiosos. La parálisis y el fracaso fueron las de una gran potencia en la que falló el delicado equilibrio entre una expansión excesiva y los medios para mantenerla. Es decir: las causas fueron geoestratégicas, mezcla de factores económicos y capacidades militares.

Enver Bey, en cuadro alusivo a la Revolución de los Jóvenes Turcos (1908) y la contrarrevolución aplastada al año siguiente. Obra del pintor italiano de palacio, Fausto Zonaro.



Además, evita considerar la enorme importancia que tuvo la presión exterior de los imperios rivales en el fracaso del proceso de modernización otomano y la frustrada integración de las diversas clases medias. El fenómeno es de tal calibre que en la actualidad, las crisis políticas más serias o irresolubles, desde los Balcanes occidentales a Irak, Líbano o Palestina, concuerdan con el “espacio ex otomano”, es decir, son aquellas surgidas de la desintegración traumática del Imperio. Este planteamiento no agrada a los neoliberales o conservadores europeos, que plantean el problema a la inversa para desactivarlo o a los antiguos partidarios de la fracasada “ingerencia humanitaria”, que desean desvincular cuidadosamente las intervenciones en los Balcanes de los años noventa, con la de Irak en 2003. Por otra parte, también interesa evitar la asunción de culpas derivadas de la práctica del imperialismo a gran escala a finales del siglo XIX, con planteamientos similares a comienzos del XXI. Pero lo cierto es que en muchos casos el tono argumental en la prensa occidental, incluso la más liberal, recuerda la de hace un siglo y eso no sólo es válido para justificar el “choque de civilizaciones”, sino también para conjurar la posible integración de Turquía en la UE. Las potencias occidentales utilizaron el concepto de nacionalismo para armar ideológicamente identidades religiosas y utilizarlas para dislocar y sojuzgar al Imperio otomano. Un siglo más tarde se presiona a Ankara, a veces con tonos de un populismo histriónico, para que se disculpe por el genocidio de la población Armenia acaecido en 1915, sin mencionar para nada los pecados propios cometidos antes de esa fecha en pleno proceso de expansión imperialista: el exterminio de población civil boer cometido por las autoridades británicas en África del Sur en 1901, el genocidio del pueblo herero en África del Sudoeste (Namibia) llevado a cabo por los alemanes tres años más tarde.

Durante muchos años, Francia bloqueó el acceso de Gran Bretaña a la CEE. Si De Gaulle hubiera recriminado a los ingleses que su gobierno no se disculpara formalmente por lo ocurrido en la guerra de los boers, la respuesta británica hubiera sido, quizás, que Paris debería hacerlo antes por las masacres que arrancaron de Sétif, en 1945 y continuaron después a lo largo de toda la guerra de Argelia. Durante las negociaciones para el ingreso en la UE tampoco a los españoles se les echó en cara que durante el desembarco de Alhucemas en 1925 se hubiera utilizado gas tóxico –remanente alemán de la Primera Guerra Mundial- contra los rifeños. Y suma y sigue: la lista de las muy europeas masacres es apabullante y viene asociada a una época en que casi todos las potencias gobernaban sus propios imperios basándose en las teorías al uso de superioridad racial. Aún en nuestros días quedan restos apreciables de esa forma de pensar: en el tercer aniversario de la invasión de Irak por fuerzas norteamericanas y de sus aliados, se sabe que han muerto entre 2.300 y 2.500 soldados de esa potencia; pero no se ha publicado un cómputo ni siquiera aproximado de las víctimas civiles iraquíes, que mueren cotidianamente en cantidades apreciables.


La nueva Ankara kemalista, capital de la república. Grandes avenidas, arquitectura de las últimas tendencias y la estatua de Mustafa Kemal presidiéndolo todo. Una imagen intencionadamente opuesta a la de Estambul, la vieja capital "bizantina".

Por lo tanto, el Imperio otomano fue conejillo de Indias de las primeras experiencias imperialistas europeas, a contar desde el desembarco de Napoleón en Egipto, en 1798. A partir de ahí, el intervencionismo fue continuo, abarcando desde agresiones directas y rapiña de regiones enteras, a ingerencias políticas y económicas. En conjunto, la dinámica de ingerencia osciló entre el deseo de destrucción total del Imperio otomano (como fue el caso de Rusia) a la defensa interesada de su integridad (Gran Bretaña) o una voladura controlada (Austria-Hungría y Francia). Al final, los pequeños aprendices de brujo terminaron uniéndose a la rebatiña: Italia en 1911, y las jóvenes potencias balcánicas al año siguiente. En el proceso, los pueblos del Imperio fueron manipulados, avasallados o masacrados, pero sobre todo, adquirieron la costumbre de contar con las grandes potencias para resolver sus problemas, ante la Sublime Puerta o entre ellos mismos. El mecanismo de la “trampa balcánica” tuvo su origen en las formas específicas de intervencionismo imperialista de las grandes potencias sobre el Imperio otomano a lo largo de todo el siglo XIX.

Resulta evidente que si tal intervención fue pionera del imperialismo que más tarde se practicaría a gran escala en África, Asia o el Pacífico, tuvo mucho que ver con la proximidad geográfica entre el Hombre Enfermo y Europa. Pero su tempo lento y precavido se debió a dos razones: primero, el hecho de que el imperio otomano era percibido, de alguna forma, como parte de Europa; o al menos, como un una entidad histórica que al ser agredida podía generar pasiones muy peligrosas entre los mismos actores intervinientes: de tipo nacionalistas, histórico, cultural, recelos varios que no siempre se asentaban en consideraciones prácticas. El tono populista de los debates sobre Turquía a comienzos del siglo XXI, arrastraba todavía lastres del XIX y más antiguos incluso. No deja de ser paradójico que los otomanos llegaron a Rumelia guerreando a sueldo de los bizantinos y seis siglos después la supervivencia de su imperio siguiera dependiendo de un equilibrio de fuerzas entre las potencias dominantes en Europa. Nada similar se vivió en África, Asia u Oceanía.


















Durante un tiempo, en los años sesenta, Turquía fue casi una potencia nuclear, cuando los norteamericanos trasladaron a su territorio misiles tácticos Jupiter. La foto está hecha por George Simth, uno de los miembros del equipo de mantenimiento de entonces, y se puede encontrar en: http://www.hlswilliwaw.com/Turkey/html/JupiterMissiles-Pg1.htm


Además, y reforzando todo ello, estaba el hecho de que el Imperio otomano poseía una gran importancia estratégica. Ese factor ha continuado plenamente vivo en la República turca y explica su entrada en la OTAN en 1952, el que durante un tiempo fuera potencia nuclear albergando misiles Júpiter norteamericanos, a comienzos de los sesenta, o se convirtiera en vigilante del Irán revolucionario en los ochenta, o del nuclearizado a partir de 2005. Los ejemplos son en realidad mucho más numerosos, pero en todo caso, ponen de relieve que Turquía es considerada europea, asiática o “un continente aparte” según las circunstancias. Es decir: Turquía es lo que es por su propia definición de estado y nación, pero también –en mayor medida que otros países- por la interacción con sus vecinos, europeos o no. Y esto es un fenómeno que reúne a los turcos de las estepas del Asia Central a comienzos de su historia y a los de Anatolia, en pleno siglo XXI, desde Selçuk a Erdoğan: en sus orígenes se empaparon de las culturas de sus vecinos y fueron budistas, mazdeístas, musulmanes, cristianos nestorianos, judíos incluso. Hoy todo indica que tarde o temprano devendrán europeos de pleno derecho aunque no dejarán de poseer relaciones privilegiadas con árabes, israelíes, pakistaníes, iraníes o armenios. Ellos son así y esa es su riqueza acumulada a través de once siglos de historia.



ÍNDICE

Prólogo. El laboratorio turco

PRIMERA PARTE
La fuerza - Šawka - Şevket

Capítulo 1: Lobos, caballos y halcones. Desde el origen de los pueblos turcos hasta la decadencia abbasí en el siglo X
Capítulo2: Orinando fuego sobre el mundo. La llegada de los selyúcidas al Próximo Oriente musulmán, 950-1055
Capítulo 3: El sultanado de Rūm.. Penetración turca en Anatolia, 1054-1073
Capítulo 4: El músculo del islam. Contención turca de los cruzados y asentamiento de los selyúcidas de Asia Menor, 1085-1240
Capítulo 5: El azote del dios Tängri. Caída de Constantinopla y de Bagdad: La cuarta cruzada y las invasiones mongolas, 1199-1258
Capítulo 6: El final del camino. Contención de los mongoles por los turcos y establecimiento de la dinastía de los mamelucos, 1259-1261



SEGUNDA PARTE
El estado - Devlet



Capítulo 7: La fuerza de una rosa. Transformaciones culturales y religiosas en Anatolia bajo los mongoles, 1243-1290
Capítulo 8: Señor del horizonte. Desintegración final del sultanato de Rum y auge del beylik de Osmán, 1291-1330
Capítulo 9: El Campo de los Mirlos. La conquista de los Balcanes y la creación del imperio bajo Orhan y Murat I, 1346-1389
Capítulo 10: Fetret. Quiebra del imperio y restauración, 1390-1420
Capítulo 11: Carros y cañones. El sultán Murat II y las guerras contra Hungría, 1421-1451
Capítulo 12: La Roja Manzana. La caída de Constantinopla.
Capítulo 13: Refundación. La era de Mehmet II Fâhti.
Capítulo 14: Retorno al califato. La conquista del mundo árabe, 1481-1518
Capítulo 15: Amenazando el corazón de Europa. El Imperio otomano como gran potencia continental, 1521-1533
Capítulo 16: Galeras. La lucha por la supremacía naval, 1533-1556
Capítulo 17: Lepanto. El final de la era de Süleyman I, 1556-1571



TERCERA PARTE
La tragedia- Haile


Cap. 18: Tierras para gatos y perros. Primer tramo de la decadencia otomana, 1571-1606
Cap. 19: El pescado se pudre por la cabeza. Sultanas y jenízaros, 1606-1622
Cap. 20: El canto del cisne. El corazón de un siglo turbulento, 1622-1683
Cap. 21: Horcas claudinas: de Karlowitz a Pasarowitz. La quiebra definitiva del poder otomano en Europa central, 1683-1718
Cap. 22: El sueño de los tulipanes. El fracaso de la primera oportunidad reformista, 1718-1774
Cap. 23: Hoja al viento. El imperio otomano durante la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, 1789-1806
Cap. 24: El Benéfico Evento. Mahmud II y el decisivo viraje reformista, 1807-1827


CUARTA PARTE
Los burócratas - Memurīn


Cap. 25: El perfume de la Estancia Rosa. Las primeras Tanzimat y sus precedentes, 1828-1856
Cap. 26: El triunfo de los cien mil burócratas. El definitivo viraje modernizador y sus límites, 1856-1873
Cap. 27: El año de los tres sultanes. De la gran revuelta balcánica al Congreso de Berlín, 1875-1878
Cap. 28: Estado de excepción ilustrado. Autocracia, progreso y oposición en tiempos de Abdülhamid II, 1879-1902
Cap. 29: El poder toma el poder. Revolución y régimen de los Jóvenes Turcos, 1904-1912
Cap. 30: Últimos meses de paz. El comienzo del fin del Imperio otomano, 1912-1915
Cap. 31: Contrainsurgencia y genocidio. La liquidación de la minoría armenia y sus antecedentes, 1915
Cap. 32: Los planes del gran expolio. Revuelta árabe, reparto del Próximo Oriente y hundimiento del Imperio, 1916-1918


QUINTA PARTE
La República - Cumhuriyet


Cap. 33: El tronco sin ramas. Ocupación y reparto de Anatolia, noviembre de 1918-agosto de 1920
Cap. 34: Fuerza, poder y violencia. El nacimiento de la Turquía contemporánea, 1920-1923
Cap. 35: El Yo Nación. El estado kemalista, 1923-1927
Cap. 36: Devrim. La revolución social y sus límites, 1926-1938
Cap. 37: Koreli. Los inicios del postkemalismo, 1939-1960
Cap. 38: Un lujo para Turquía. Tutela militar y cambio político, 1960-1973
Cap. 39: Años de hierro y plomo. Golpismo, terrorismo y enfrentamiento social, 1973-1983
Cap. 40: Los límites de un milagro. La era Özal y la nueva situación internacional, 1983-1991
Cap. 41: Bruselas. El final de un camino histórico, 1993-2002


Epílogo. Compás de espera




El autor en la actualidad, a poco de concluir el libro

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